NIDO DE VÍBORAS

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Por KUKULKÁN

SI ALGO ha quedado claro a lo largo de los años es que las palabras son baratas, pero el concreto no. En la historia reciente de México, hemos visto desfilar presidentes que prometieron construir puentes hacia el futuro, sólo para dejarnos con maquetas polvorientas y recortes presupuestarios. Sin embargo, el actual inquilino de Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador, parece haberse tomado muy en serio aquello de “construir un país”. Mientras que sus predecesores pintaron castillos en el aire, él ha optado por llenar el paisaje con trenes, aeropuertos y refinerías. El contraste es tan evidente que hasta los más cínicos no pueden ignorarlo: esta vez, las obras no son un espejismo electoral; están ahí, se ven, y hasta se pueden tocar.

RECORDEMOS por un momento la célebre “Estela de Luz” de Felipe Calderón, o como muchos la llaman, “la suavicrema”. ¿El símbolo del Bicentenario? Más bien, un recordatorio constante de la mala planeación y la corrupción que triplicó su costo inicial. Dos años de construcción para una torre que, al día de hoy, no genera más que sombras en la memoria colectiva y un agujero en el erario público. ¡Qué ironía que el monumento destinado a conmemorar la independencia de México haya terminado siendo un monumento a la ineficiencia y al despilfarro!

CALDERÓN no fue el único en pecar de grandeza y quedarse corto. Su sucesor, Enrique Peña Nieto, se jactó de haber invertido un billón y medio de pesos en infraestructura durante su mandato. Sonaba bien en los discursos, pero al final, el 73% de los proyectos quedó inconcluso. Si se trataba de una competencia de promesas no cumplidas, Peña Nieto se llevó la medalla de oro. El país quedó plagado de obras a medio hacer, como testigos silenciosos de un gobierno que prefirió las estadísticas infladas a la construcción tangible.

EN MEDIO de este escenario desolador, llega AMLO con su combo de obras estrella: el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas, el Aeropuerto Felipe Ángeles, y más recientemente, la aerolínea Mexicana de Aviación. Mientras sus críticos se aferran a los números y a los errores —porque claro, errores hay—, lo cierto es que el sureste de México, históricamente olvidado, ahora tiene vías férreas que prometen conectividad y desarrollo. Ahí están, majestuosas y controversiales, las estructuras de Dos Bocas y el Felipe Ángeles, desafiando a quienes aseguran que no pasarán a la historia. Lo que es indiscutible es que, al menos, pasarán la prueba del tiempo.

EFECTIVAMENTE, el Aeropuerto Felipe Ángeles puede que no haya alcanzado el tráfico esperado, y la Refinería Dos Bocas sigue con la promesa de operar a plena capacidad. Pero comparado con las promesas vacías del pasado, hay algo refrescante en ver que, aunque imperfectas, las obras están ahí. Al fin y al cabo, los mexicanos no pueden subirse a las promesas ni llenar el tanque de combustible con intenciones; necesitan trenes que circulen, aviones que despeguen y gasolina que fluya.

AL FINAL del día, la diferencia entre los gobiernos anteriores y el actual no radica sólo en la cantidad de dinero invertido —que, por cierto, sigue siendo tema de debate—, sino en la realidad palpable de lo que se ha construido. Porque cuando las palabras se las lleva el viento, el concreto permanece. Así que mientras unos se preguntan si AMLO pasará a la historia por sus errores o aciertos, los más pragmáticos saben que lo importante no es cómo se le recuerde, sino lo que deja atrás: un país que, por fin, empieza a cimentar su futuro, literalmente.

@Nido_DeViboras