Por KUKULKÁN
LOS MINISTROS de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son esos abanderados de la justicia, cuya austeridad los hace recibir sueldos más pesados que un buey bien alimentado. Porque, claro, hacer justicia no es cosa de mortales; se requiere de “pequeños” incentivos como apoyos para la comida, gasolina, celulares, anteojos, medicamentos, y hasta capacitación y becas. Al parecer, la justicia en México tiene un precio y, a juzgar por los números, no es nada módico.
EMPECEMOS por el “apoyo de comedor y gastos de alimentación” que asciende a la módica cantidad de 1,132,432 pesos al año. Para aquellos que no estamos en el Olimpo de la Suprema Corte, eso representa el equivalente a 41 canastas alimentarias anuales. Y si sumamos los demás “pequeños apoyos” que incluyen desde gasolina hasta medicamentos, el total anual se convierte en 77 canastas por ministro, o lo que es lo mismo, la comida de un año para 922 familias mexicanas. Porque en el mundo real, esos apoyos en especie significan que 10,143 canastas alimentarias se desvían hacia los bolsillos de quienes tienen la noble misión de juzgar los actos del resto de los mortales.
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ESTOS beneficios no se limitan sólo a la alimentación, claro que no. ¿Qué sería de un ministro sin el respaldo de su teléfono celular financiado con fondos públicos? Con una “ayuda” de 195,426 pesos para su dispositivo, más gasolina por 287,040 pesos, no hay necesidad de hacer filas en las gasolineras o lidiar con compañías telefónicas que no entienden lo esencial de una llamada de emergencia (o de la comodidad de pedir comida a domicilio). A los ministros no les preocupa el precio de la gasolina ni las subidas en los planes de telefonía; para ellos, eso es simplemente una “percepción en especie”.
VAYAMOS aún más allá. En términos de comparación, el presidente de la República recibe un pago de defunción de 737,872 pesos, mientras que nuestros ministros tienen asegurada una liquidación póstuma de 1,189,615 pesos. ¡Hasta para morirse hay privilegios, damas y caballeros! Y qué decir de la ayuda para anteojos, una bonificación de 3,100 pesos que permite ver, literalmente, el mundo desde el cristal de la abundancia. Pero claro, la justicia, según parece, requiere una visión privilegiada que sólo se obtiene con los mejores lentes.
EL PRIVILEGIO continúa con los “medicamentos no cubiertos por el seguro”, un rubro por el que cada ministro recibe 144,829 pesos anuales. Mientras miles de mexicanos tienen que hacer malabares para conseguir medicinas básicas, los guardianes de la ley tienen su dosis de medicamentos asegurada, no vaya a ser que una gripita los distraiga de su noble labor. Y si esto no es suficiente, para estar al día en sus conocimientos, cada ministro tiene a su disposición 360,140 pesos en capacitación y becas. Es evidente que nunca se es demasiado viejo para aprender… o para beneficiarse.
¿LA SUMA total de este festín de privilegios? 3, 347, 582 pesos anuales en “apoyos” por cada ministro. Multiplicado por once, llegamos a la jugosa cifra de 36, 823, 402 pesos, suficiente para alimentar durante un año a más de 40,000 mexicanos. Sí, 40,572 personas podrían beneficiarse con una canasta básica si en lugar de estos excesos se optara por un salario justo, sin el gasto innecesario en “percepciones en especie” que parecen más bien caprichos disfrazados de derechos laborales.
EN UN PAÍS donde millones de ciudadanos viven con menos de lo necesario, resulta casi insultante la distancia entre el sueldo de un ministro y el salario de un trabajador promedio. ¿Cuántas familias no darían todo por tener un año de alimentos asegurados? Pero, al parecer, estos servidores públicos tienen un apetito que sólo el dinero puede saciar. Porque mientras el pueblo ajusta su cinturón, la Suprema Corte ajusta los privilegios en sus carteras.
EN SU VERSIÓN más privilegiada, la Suprema Corte demuestra una paradoja fundamental: al parecer, aquellos que están encargados de garantizar la justicia para todos, son también quienes disfrutan de un nivel de vida que dista mucho del que la mayoría puede alcanzar. Un buen juez no sólo debe juzgar bien, sino también dar ejemplo. Y en el país de las desigualdades, estos ministros han dejado claro que en el mundo de la justicia, no todos son iguales. Al final, estos “apoyos” representan algo más que números; son la prueba irrefutable de una élite judicial que mira por encima del hombro a un pueblo que ellos mismos han jurado servir.