Por KUKULKÁN
POR ESTOS días, el cielo sobre la Ciudad del Vaticano no está precisamente claro. No porque no haya humo blanco todavía, sino porque la sucesión del Papa Francisco se perfila como el episodio más tenso —y quizás el más sabroso— de la novela eclesiástica contemporánea. ¡Qué no se diga que la Santa Madre Iglesia no sabe dar espectáculo! Porque, si algo ha demostrado el pontificado del primer Papa latinoamericano, es que hasta la sotana puede agitarse con viento reformista.
FRANCISCO, el jesuita venido del fin del mundo, no sólo cambió el estilo, los zapatos rojos y el trono dorado por discursos incómodos sobre justicia social, capitalismo salvaje y medio ambiente. No, no. Su papado ha sido una especie de concilio permanente, con encíclicas que hicieron sudar a más de un obispo banquero y reformas que provocaron erupciones más intensas que el Etna en plena cuaresma. Ahora que se ha ido, deja como herencia un ejército cardenalicio de 135 príncipes de la Iglesia, de los cuales más del 80% fueron ungidos bajo su sombra. O sea: sembró, regó y ahora veremos si su jardín da frutos o se llena de ortigas tradicionales. ¡Vaya dilema para el Espíritu Santo!
LA LISTA de “papables” a sucederlo está nutrida de aspirantes tanto del ala conservadora como de la progresista, a la cual pertenecía el pontífice. Encabezando el “Team Francisco”, tenemos al italiano Matteo Zuppi, que más que cardenal parece misionero del evangelio según los pobres. Cercano al pueblo, defensor del diálogo y cazador de injusticias, este arzobispo de Bolonia es el preferido de quienes creen que el pastor debe oler a oveja… y no a incienso exclusivo. Le sigue el simpático y cercano Luis Antonio Tagle, el filipino que conquistó al mismísimo Bergoglio y que bien podría conquistar el corazón del cónclave. Tagle es ese rostro amable que la Iglesia necesita si quiere seguir siendo relevante en el sur global (donde, por cierto, está casi la mitad de sus fieles).
DESDE Luxemburgo, el cerebral Jean-Claude Hollerich lleva la batuta del sínodo y la bandera del diálogo. Suena como el cardenal que podría explicar el catecismo con citas de Hannah Arendt y que no se espanta por la palabra “inclusión”. Si a esto se suma el ambientalista Czerny, protector de migrantes, y Mario Grech, el maltés de la sinodalidad participativa, tenemos un quinteto digno de un nuevo Concilio Vaticano III (pero sin tanto alboroto… por ahora).
SI ALGO no falta en el Vaticano son precisamente las sotanas dispuestas a “defender la tradición”. Ahí aparece el incombustible Robert Sarah, casi octogenario, con aroma a incienso tridentino y pasión por los púlpitos inflexibles. Su nombre infunde respeto (y miedo) entre los progresistas que ven en él un posible giro hacia la Edad Media… con redes sociales. Lo acompaña Péter Erdő, desde Hungría, quien promete la restauración teológica sin tantas exclamaciones, pero con firmeza dogmática. Mientras tanto, el canadiense Marc Ouellet, con su porte académico y su bagaje conservador made in Wojtyła, aún intenta recobrar algo de brillo tras sus tropiezos judiciales y mediáticos.
¿LA OPCIÓN intermedia? Aquí entra en escena Pietro Parolin, el diplomático estrella, que podría ser el “candidato puente” entre la euforia reformista y el rezo tradicional. De ser elegido, su pontificado sería algo así como un “Francisco en versión moderada”, ideal para evitar que el Vaticano se parta como la hostia en misa de gallo. Y sí, también están los mexicanos Carlos Aguiar Retes y Francisco Robles Ortega, que más que papables son dignos representantes del catolicismo latino, aunque no parecen tener la fuerza para salir del cónclave con el anillo del pescador.
AL FINAL del día, los fieles seguirán rezando y los cardenales votando. ¿Quién se pondrá la sotana blanca? ¿Continuará la Iglesia en clave de Evangelio vivo o se replegará a la sacristía de siempre? El Espíritu Santo ya está convocado. Y como siempre, no se le espera en Twitter, sino entre humo blanco, murmuraciones en latín y maniobras que harían palidecer a cualquier asamblea política. El legado de Francisco ya está escrito, aunque todavía con espacio para el epílogo. Lo que ocurra en los próximos días, marcará no sólo el futuro de Roma, sino el de más de 1,400 millones de fieles, casi la mitad en América, esperando que el sucesor no les hable desde el púlpito, sino que camine con ellos. Como bien dijo el de Buenos Aires: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad”… ¿Lo habrán escuchado también en la Capilla Sixtina?