- Mientras el turismo mira al malecón, la basura gobierna la otra cara del paraíso.
RAQUEL FIERRO
MAHAHUAL, Q. ROO.- A solo unos kilómetros del malecón de Mahahual, donde cruceros y turistas disfrutan del Caribe, existen playas que el tiempo y los gobiernos han olvidado.
Son franjas de costa inexploradas, inaccesibles, no porque no tengan belleza, sino porque han sido tomadas por la basura. Latas de cerveza, jeringas, botellas, empaques de productos asiáticos y caribeños forman montículos que convierten la arena en un campo de residuos.
La acumulación es tal que ha hecho imposible cualquier intento de desarrollo turístico. Estas playas, antaño ricas en biodiversidad, hoy yacen clausuradas por la indiferencia institucional.
La situación no es nueva. Son al menos dos décadas de recale incesante, arrastrado por las corrientes del Caribe y Yucatán, que actúan como ríos invisibles que depositan desechos desde Haití, Nicaragua, Colombia o incluso Malasia. Cada ola puede traer con ella una jeringa, una botella de refresco o un bote de aceite industrial.
Pero durante estos años, ninguna estrategia federal o estatal ha logrado poner freno a la contaminación. No hay barreras oceánicas, planes de contención, ni infraestructura que intercepte los residuos antes de que toquen tierra.

Basurero internacional
En recorridos recientes por zonas alejadas del malecón, organizaciones como Proyecto Aak Mahahual han documentado escenas alarmantes: entre 600 y 800 kilos de basura por cada 500 metros de playa.
Algunos residuos llevan más de diez años expuestos al sol y al salitre. Otros, más recientes, evidencian la inmediatez del problema.
Lo más perturbador es el tipo de basura: no solo plásticos comunes, sino materiales médicos, envases químicos, objetos punzocortantes. Un inventario de la desidia global.
Estas playas, que alguna vez fueron hábitat de tortugas marinas y aves costeras, hoy representan una trampa mortal. Los restos plásticos bloquean las rutas de anidación y los residuos tóxicos contaminan el hábitat marino. La afectación al ecosistema no es puntual, sino sistémica.
La comunidad local ha hecho lo posible. Se organizan limpiezas periódicas. Se hacen denuncias. Pero el abandono gubernamental persiste.
Patrón global, ausencia nacional
Mientras otros países avanzan con legislaciones contra plásticos de un solo uso o desarrollan tecnologías de contención en ríos, que sí se aplican y castigan, México sigue sin una política efectiva de freno al recale internacional. Las biobardas de Guatemala, los tratados multilaterales impulsados por la ONU, o los programas de economía circular en España son iniciativas ausentes en el discurso ambiental mexicano.
La basura no tiene pasaporte, pero sí rutas. Y Mahahual está en una de las más críticas del planeta.
Las playas de Mahahual que hoy no reciben turistas no están vacías por falta de belleza, sino por exceso de abandono. Son una muestra dolorosa de cómo el turismo se alimenta de lo que conviene mostrar, mientras la otra cara del destino se descompone bajo toneladas de residuos.
La basura internacional ha conquistado lo que alguna vez fue territorio natural. Y lo ha hecho con la complicidad del silencio institucional.
No se trata de limpiar playas, se trata de reconstruir políticas. Mientras eso no ocurra, Mahahual seguirá siendo el paraíso perdido entre la espuma y la basura.