Por KUKULKÁN
SOBRE el tablero político de la 4T, ya no se juega ajedrez: se juega cirugía. De precisión, sí, pero sin anestesia. Y esta semana, Claudia Sheinbaum, aún en su fase de estreno presidencial, tomó el bisturí y empezó a cortar músculo viejo dentro de Morena… sin derramar una gota de sangre, pero con el temblor de quienes ya sienten la incisión en la espalda. El pretexto fue noble, técnico, constitucional: nombrar a Pablo Gómez como coordinador de la comisión que diseñará la Reforma Electoral.
SE TRATA de un hombre con currículum encuadernado en piel, sobreviviente del 68, del PRD, del Congreso y hasta del sismo de las convicciones en tiempos de marketing político. Nadie puede acusarlo de ambición, porque ya lo ha sido todo -menos presidente- y no está en esa fila. Justo por eso lo eligieron: porque no estorba en la carrera de nadie, pero tiene autoridad para poner en fila a todos.
PERO que no se engañen los inocentes: esto no fue un movimiento técnico. Fue una jugada política de alta precisión. Mientras Ricardo Monreal tuerce el gesto y Adán Augusto López hace cálculos con los dedos, Sheinbaum plantó bandera en territorio de ambos: el Congreso. Y lo hizo con un operador que no les debe ni las gracias ¿Mensaje? Clarísimo: el rediseño del sistema electoral no será terreno de los caudillos internos de Morena, sino de la presidenta.
Y SI ALGUNO pensaba cobrarle a Sheinbaum la factura por haber perdido la interna presidencial en 2024 -cuando ella les pasó por encima con una sonrisa y el apoyo presidencial, ahora van entendiendo que no hay vuelta de hoja: Claudia ya manda, y no está pidiendo permiso. Porque seamos sinceros: ni Monreal ni Adán Augusto olvidan la contienda interna. Esas derrotas se digieren, pero no se olvidan. Y si bien posaron sonrientes en la foto de unidad, la foto no borra la humillación.
HOY, esos mismos liderazgos observan cómo la presidenta lanza su reforma estrella desde fuera de su alcance, con un cuadro ideológico pero neutral, viejo lobo de mar con licencia para operar… y sin WhatsApp con ellos. Y es que Pablo Gómez no necesita grupo. Su capital es su biografía. A diferencia de los políticos de laboratorio, su discurso no necesita eslóganes ni coreografías. Cuando habla de reforma electoral, no lo hace desde el cálculo, sino desde la experiencia: ha visto nacer y morir a partidos, ha armado coaliciones, ha enterrado caudillos. Si lo pusieron ahí, es para dar peso moral al proyecto.
DESDE luego también para quitarles el balón a quienes ya estaban dibujando sus propias jugadas desde el Senado y la Cámara. A eso súmese que Sheinbaum ya activó la carta de legitimidad popular: la encuesta ciudadana sobre financiamiento de partidos y eliminación de pluris. O sea, si los Monreal y compañía quieren bloquear algo, tendrán que hacerlo contra la voluntad popular medida a modo. Buena suerte.
LA OPOSICIÓN, claro, ya empezó a gritar “dictadura” al ver que el Plan C de AMLO sigue vivo, pero ahora con bisturí técnico. Lo que no han entendido es que el pleito real no es entre Morena y el PAN, sino entre Morena y Morena. Entre la presidenta y quienes aún sueñan con tener un trozo del timón. Esta no es una reforma electoral: es una cirugía mayor al mapa interno del poder.
Y MIENTRAS los reflectores apuntan al INE, al financiamiento y a los pluris, en realidad se está tallando otra cosa: quién manda en Morena y quién obedece. Y por ahora, la única que mueve piezas sin titubeo es Sheinbaum. Monreal y Adán Augusto sonríen en público, pero por dentro… ya están buscando termómetro. Porque en este Nido, todos sabemos que la venganza es un platillo que se sirve en votaciones divididas. Y los vencidos de ayer ya están buscando el mejor momento para decir: “Sí, presidenta… pero hasta aquí.” La guerra no ha comenzado. Solo fue el primer tajo.