Por KUKULKÁN
LA CÁMARA de Diputados volvió a hacer lo que mejor sabe: disfrazar de legalidad una transacción política. Esta vez el protagonista fue el siempre polémico Cuauhtémoc Blanco, exfutbolista, exgobernador y actual diputado de Morena, quien logró evitar el desafuero gracias a una votación que debería guardarse como evidencia en cualquier curso de cinismo legislativo. 291 diputados votaron en contra de quitarle el fuero a pesar de que pesa sobre él una acusación por intento de violación presentada por su propia media hermana. Sólo 173 legisladores votaron a favor de que se le permitiera enfrentar la justicia como cualquier ciudadano.
LOS ARGUMENTOS para blindarlo fueron, por decirlo suave, creativos. Que la Fiscalía de Morelos armó mal el expediente. Que había deficiencias técnicas. Que todo era un ataque político. Es decir, que como no se preparó bien la denuncia, mejor no se juzga. Total, es más fácil lavarse las manos con tecnicismos que enfrentar la tormenta mediática de que uno de los suyos, con cargo y todo, esté sentado en el banquillo de los acusados.
PERO lo más fascinante del espectáculo no fue la defensa cerrada de Morena. No. Lo que dejó con el ojo cuadrado a más de uno fue el comportamiento del PRI. Sí, ese PRI que ha jurado por activa y pasiva ser la nueva cara de la responsabilidad política. Ese PRI que dice estar comprometido con la justicia, la transparencia y el Estado de derecho. Ese PRI que ayer votó con Morena para salvarle el pellejo a Cuauhtémoc Blanco.
¿Y POR QUÉ lo hicieron? ¿Por convicción democrática? ¿Por dudas fundadas sobre la investigación? ¿Por principios jurídicos? Por favor. La razón es más simple y más vieja que la Constitución: el próximo en la fila es Alejandro “Alito” Moreno, su presidente nacional y actual senador. Así que el mensaje era claro: si Cuauhtémoc se va, Alito podría ir detrás. Y ya saben lo que dice el refrán: “Si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Lo que se vivió en el pleno no fue una discusión parlamentaria, fue un trueque disfrazado de procedimiento. Morena protege a uno, el PRI le sigue el juego para proteger al suyo. El PVEM, como siempre, se acomoda con quien reparta más sombra. Y así, entre aplausos, abstenciones oportunas y discursos llenos de indignación controlada, se cierra el caso… por ahora.
PORQUE el caso de Alito no es menor. Acusaciones por corrupción, enriquecimiento ilícito y otras joyas que se acumulan como si fueran estampitas en su álbum del poder. Pero mientras conserve el fuero, es intocable. Igual que Cuauhtémoc. Y quizá mañana otro más. El fuero se ha convertido en ese amuleto que todos desprecian en público, pero abrazan en privado. En teoría, el fuero es una figura diseñada para proteger la libertad de expresión y acción de los legisladores. En la práctica mexicana, se ha vuelto sinónimo de impunidad blindada, de salvoconducto para el cinismo, de permiso para delinquir sin consecuencias. Es como una membresía VIP al club de la inmunidad.
Y ASÍ seguimos. En un país donde la justicia se aplica con lupa para unos y con antifaz para otros. Donde los partidos no se enfrentan, se tapan. Donde el Congreso no es una caja de resonancia ciudadana, sino una sala de negociaciones donde el interés de la gente apenas entra por la puerta. La votación de ayer no sólo deja impune —por ahora— a un diputado acusado de un delito grave. También deja en evidencia el pacto tácito de los partidos para proteger a los suyos. No vaya siendo que en la próxima sesión, le toque a otro. Porque aquí, en la República del Fuero, nadie está a salvo… pero todos están cubiertos.