- México es el segundo país de América Latina con más millonarios, justo detrás de Brasil, y por encima de naciones como Noruega o Singapur.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- El último informe sobre la riqueza global —ese documento que pocos leen pero que marca el ritmo del mundo— revela algo que muchos ya sabían, pero que aun así duele: la riqueza sigue acumulándose arriba, y abajo solo cae el polvo.
En 2024, el planeta vio crecer su número de millonarios en más de 680 mil personas. En promedio, casi mil nuevos ricos por día en Estados Unidos, más de 380 en China. En Turquía, la cifra se disparó más del 8 %. Mientras tanto, en América Latina, la región donde el sol brilla más fuerte sobre los contrastes, la riqueza se encogió como camisa en lavadora caliente: 587 mil ricos menos, y un patrimonio que se escurre entre divisas débiles y mercados volátiles.
México, por supuesto, no quedó fuera del drama. De hecho, es uno de sus protagonistas más elocuentes. En la tierra de los contrastes —donde el lujo coexiste con la carencia, y el menú de degustación con la fila del comedor comunitario—, hay 399 mil millonarios.
Esto coloca al país en el segundo lugar de América Latina, justo detrás de Brasil, y por encima de naciones como Noruega o Singapur.
Pero lo verdaderamente notable no es cuántos millonarios hay, sino lo poco que representan. Son apenas el 0.3 % de la población. Y sin embargo, acumulan más que millones: concentran poder, influyen en políticas, definen destinos.
En tanto, el 50 % más pobre apenas raspa el 0.8 % de la riqueza nacional. Las cifras no mienten, pero sí gritan.
El índice de Gini, esa métrica que mide la desigualdad, coloca a México con un puntaje de 0.72. Décimo lugar mundial en desigualdad.
La fiebre es alta, crónica, estructural. Solo nueve países lo superan, entre ellos Brasil, Rusia y Sudáfrica. Pero a diferencia de otros, en México la desigualdad no sólo se mide en billetes, sino en oportunidades: de salud, de educación, de movilidad.
El diagnóstico del informe de UBS advierte con claridad quirúrgica que esta riqueza no cambiará de manos pronto. En los próximos 20 a 25 años,
México será testigo de una de las mayores transferencias de patrimonio del mundo: más de 4 billones de dólares pasarán de padres a hijos, de cónyuges a viudos, de una élite a sí misma. La riqueza se hereda, como los apellidos y las hectáreas de tierra.
El patrimonio promedio por adulto en México cayó un 18 % en los últimos cinco años. Pero, paradójicamente, la mediana subió un 16 %. Significa que los más ricos perdieron (algo), y los más pobres ganaron (poco). El país se estira como una liga al límite, en un intento constante por equilibrar lo imposible.
Caminar por México es ver este informe hecho carne: el vendedor ambulante con celular viejo y apps de transferencia; la señora que cobra la tanda en una colonia donde la seguridad privada es lujo; el joven que emprende por necesidad, no por vocación. Y, en el extremo opuesto, el empresario que diversifica su portafolio mientras viaja en jet privado para asistir a una cumbre sobre “reducción de la pobreza”.
La riqueza no ha desaparecido. Solo se ha escondido mejor. Ha cambiado de rostro, pero no de apellido. Y mientras el mundo celebra sus nuevos millonarios, México los acumula en silencio, detrás de muros altos, cristales polarizados y cifras que, más que informar, incomodan.
En este país donde el 0.3 % lo tiene todo, los demás aún esperan que algo caiga de la mesa.