Por KUKULKÁN
A PARTIR del próximo 1 de septiembre, el Poder Judicial Federal estrenará su más reciente experimento judicial con aroma a desesperación: los jueces sin rostro. Sí, damas y caballeros, en esta tragicomedia nacional donde los villanos llevan fusiles y los buenos visten toga (o eso dicen), ahora los juzgadores federales podrán dictar sentencia desde el anonimato. ¿La razón oficial? Proteger sus vidas. ¿La razón real? Que el sistema judicial mexicano ya no da para más.
PARA nadie es secreto que el narco no solo manda en las calles, sino también en el sector económico y político del país. Y el Poder Judicial no es la excepción. Desde hace años, los jueces han sido blanco favorito de amenazas, presiones, intimidaciones y, claro, de ese dulce veneno llamado dinero. En corto, varios juzgadores confiesan -con el tono de quien está harto pero no renuncia- que el “plata o plomo” no es leyenda urbana. Es agenda semanal.
¿QUIÉN no ha escuchado del juez que liberó a un sicario el viernes por “falta de pruebas” (aunque las pruebas lo señalaban con nombre, apodo, huella digital y tatuaje)? ¿O del que “interpretó” la ley para que un generoso empresario huachicolero pudiera regresar a casa antes del desayuno? Queda claro que una cosa es la carga de trabajo, y otra muy distinta la carga de efectivo.
LO TRÁGICO es que aquellos jueces que se resisten al soborno, que creen en el Código Penal más que en el código postal del cártel, suelen terminar muertos. Literalmente. Como los juzgadores Uriel Villegas y Vicente Bermúdez, quienes tenían a su cargo juicios en contra del “Chapo” y miembros del CJNG. Y mientras sus expedientes son olvidados, sus asesinos siguen libres, probablemente celebrando en algún rancho decorado con cabezas de ganado y cabezas humanas.
ANTE este paisaje de sangre y billetes, alguien en el Olimpo de la Reforma Judicial pensó: “¿Y si mejor les tapamos la cara?”. Así nació la figura del juez sin rostro, esa noble alma que dictará sentencia desde la penumbra, como Batman pero sin gadgets. Anónimo, protegido y -en teoría- incorruptible. Pero aquí entre víboras, nos preguntamos: ¿ocultar la identidad basta para acabar con la corrupción? ¿No será que al anonimato lo acompaña también la irresponsabilidad?
DICEN que el anonimato servirá para que el narco no sepa a quién matar. Pero eso también significa que la ciudadanía no sabrá a quién acusar cuando el crimen quede impune. Es una moneda al aire. Y como en México, hasta las monedas se compran, no nos hagamos ilusiones. Admitámoslo, los jueces sin rostro no surgen porque el sistema quiera innovar. Surgen porque el sistema está acorralado. Porque se han matado jueces, amenazado a familias, infiltrado expedientes. Porque ya no se puede confiar ni en los escoltas, ni en los fiscales, ni en las cámaras de seguridad. Porque la justicia mexicana, tan lenta y ciega, ahora también será muda y sin cara.
OJO, que esto no exime de responsabilidad a aquellos juzgadores que sí tienen rostro, pero sobre todo los bolsillos bien abultados. Los que con una mano firman resoluciones y con la otra cuentan fajos de billetes. Aquellos que han hecho del Poder Judicial un mercado de indulgencias, donde el que paga, sale libre. Y el que no, se queda preso… aunque sea inocente.
AHORA nos venden la idea de que el juez sin rostro será el antídoto contra la corrupción y la sociedad espera que no solo sea un nuevo disfraz para lo mismo. No es desconfianza, la realidad es que en México el crimen organizado no solo quiere el control: ya lo tiene. Y lo ejerce con eficiencia, con poder y con efectivo. Así que, bienvenida sea la justicia encapuchada. Total, en este país, la única cara que siempre termina expuesta… es la del ciudadano común.