Por KUKULKÁN
EL PATIO del Museo de la Ciudad de México lucía resplandeciente. Bajo los arcos coloniales y entre el murmullo expectante de legisladores, magistrados, jueces, ministros electos, asesores, amigos y hasta familiares, apareció la protagonista de la tarde: Lenia Batres Guadarrama, quien llegó a dar su cuarto y último informe como ministra de la 11ª época de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El ambiente no era cualquier cosa: al acto había llegado el ministro presidente electo de la XII época, Hugo Aguilar Ortiz, la figura que —a partir del próximo lunes 1 de septiembre— marcará el inicio de una Corte renovada, con promesas de limpiar la casa y expectativas más altas que los vitrales del propio recinto.
MICRÓFONO en mano, voz firme, Batres no tardó en lanzar su primer dardo: “Amigas y amigos, enterramos a este ominoso Poder Judicial”. Así, sin anestesia, dio por clausurada la era que bautizó como “el Poder Judicial neoliberal”, ese que —aseguró— avaló privatizaciones, fraudes electorales, condonaciones fiscales, salarios de miseria, montajes televisivos y hasta la tragedia de la Guardería ABC. Mientras hablaba, algunos asistentes apretaban los labios, otros asentían con la solemnidad del que ya conocía el guion.
DESPUÉS vinieron las cifras, las que en todo informe sirven de brújula. 2,734 votaciones en un año ocho meses, 644 proyectos resueltos y una letanía de casos emblemáticos que, de acuerdo con la ministra, pusieron un grano de arena en la causa de la justicia social. Desde reconocer el derecho de un médico militar con VIH a estudiar psiquiatría, hasta obligar a patrones a reconocer como salario prestaciones en especie, Batres enumeraba victorias jurídicas mientras el público tomaba nota entre aplausos y discretos murmullos.
PERO si algo levantó cejas fue la parte de la austeridad republicana. Con tono de quien presenta las cuentas claras, dijo haber renunciado a seguros privados, becas y privilegios, logrando junto a su equipo un ahorro de 18.8 millones de pesos. “No son privilegios personales, son recursos del pueblo mexicano”, remató, arrancando aplausos. Más de uno, sin embargo, hizo cuentas mentales sobre cuántos millones se quedaron sin devolver los demás ministros que no practican semejante mística.
EL DISCURSO se volvió más íntimo cuando habló de sus recorridos por las 32 entidades, donde dijo haber conversado con más de 100 mil ciudadanos y recogido 1,500 solicitudes. Ahí dibujó los tres retos que, según ella, deberá enfrentar la nueva Corte: justicia social, acceso efectivo a la justicia y combate a la corrupción con austeridad. Palabras que resonaban bien, aunque en los pasillos más de uno asumió que los retos pesan más que los discursos.
EL FINAL fue teatral: “Adiós Poder Judicial neoliberal. Nos toca construir la justicia mexicana”. La frase quedó flotando bajo las arcadas del museo, como sentencia lapidaria y declaración de principios. En ese instante, algunos aplaudieron con fuerza, otros con cortesía, y más de uno revisó discretamente su celular.
CUANDO concluyó la ceremonia, el protocolo dio paso al ritual político-social: reporteros, camarógrafos y un enjambre de simpatizantes formaron fila para la salutación, la selfie y, por qué no, el abrazo de ocasión. En primera fila estaban su hermana, su hermano y su padre, aquel a quien la leyenda urbana atribuye la inspiración soviético-cubana de los nombres: Lenia por Lenin, Martí por José Martí, y así como las otras tres hijas de la estirpe Batres.
LA MINISTRA sonreía, saludaba y posaba, mientras el público se dispersaba entre comentarios y pronósticos. La nueva era del Poder Judicial estaba en boca de todos: unos con esperanza, otros con escepticismo, casi todos con la certeza de que el cambio no será sencillo. Y en el patio del museo, entre flashes y discursos, quedó claro que lo que comenzó como informe terminó como epitafio: la sepultura oficial del Poder Judicial neoliberal.