- El ataque al recinto oficial revela un punto de quiebre entre el descontento ciudadano y los riesgos que conlleva la mezcla de protesta legítima con expresiones de odio y violencia.
STAFF / LUCES DEL SIGLO
CIUDAD DE MÉXICO.- La marcha convocada el 15 de noviembre en la Ciudad de México dejó uno de los episodios más tensos de las movilizaciones recientes: el ataque al edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), donde un grupo de manifestantes vandalizó la fachada, rompió ventanas y dejó pintas que incluyeron mensajes y símbolos antisemitas.
Los hechos, documentados ampliamente por medios nacionales e internacionales que estuvieron en el lugar, revelan un punto de quiebre entre el descontento ciudadano y los riesgos que conlleva la mezcla de protesta legítima con expresiones de odio y violencia.
Cámaras de prensa captaron el momento en que manifestantes con el rostro cubierto —identificados por reporteros como parte de un contingente de tipo “bloque negro”— comenzaron a derribar vallas metálicas situadas alrededor del edificio histórico. En cuestión de minutos, las paredes de la Corte se llenaron de grafitis, entre ellos algunos con consignas antisemitas que llamaron de inmediato la atención de corresponsales extranjeros y analistas de derechos humanos.
La presencia de este tipo de expresiones, señaladas por varios medios como uno de los elementos más graves del incidente, no sólo significó un daño físico al inmueble, sino también un ataque simbólico que cruzó los límites del reclamo político.
Varios periodistas destacaron que la incorporación de mensajes de odio transformó la lectura de la protesta, que originalmente había sido convocada por sectores juveniles para exigir justicia, seguridad y un alto a la violencia en el país.
El antisemitismo registrado durante los disturbios añadió una capa de preocupación adicional, pues se trata de un tipo de expresión extremadamente inusual en las movilizaciones mexicanas contemporáneas. Organizaciones internacionales que monitorean incidentes de discriminación tomaron nota, y tanto prensa estadounidense como europea publicaron imágenes de las pintas, subrayando el giro inesperado y alarmante que tomó la protesta en ese punto específico.
En respuesta, la SCJN difundió un comunicado en el que subrayó su respeto irrestricto al derecho a manifestarse, pero condenó los actos violentos y los daños ocasionados a sus instalaciones.
La Corte advirtió que ese tipo de acciones “desvirtúan el propósito legítimo de cualquier protesta” y recordó que el edificio no sólo es sede del máximo tribunal del país, sino un símbolo del Estado de derecho y un espacio histórico cuya integridad debe ser preservada.
El mensaje también señaló que no es necesario recurrir a la violencia ni a expresiones de odio para expresar inconformidades sociales.
La reacción institucional fue recogida de inmediato por la prensa nacional, que destacó la tensión entre el respeto al derecho a la protesta y la obligación del Estado de proteger sus propias instituciones.
Medios internacionales retomaron el comunicado haciendo énfasis en el matiz simbólico que implica que un órgano judicial se vea confrontado con ataques que mezclan reclamos sociales con discursos extremistas.
El episodio dejó múltiples preguntas abiertas. Entre ellas, qué tan articulado estaba el grupo responsable del vandalismo y de dónde provino el contenido antisemita. Reporteros que estuvieron sobre el terreno señalaron que no existió claridad sobre el origen de ese bloque, ni sobre su relación con el grueso de la marcha, que avanzó con demandas legítimas centradas en la seguridad y la justicia. Para varios analistas consultados por la prensa internacional, esto plantea el riesgo de que la protesta social pueda ser aprovechada por grupos radicalizados a fin de colocar mensajes ajenos a las consignas originales.
Los medios también retomaron la preocupación de especialistas en derechos humanos, quienes advirtieron que los actos de ese día pueden afectar la forma en que la opinión pública percibe la protesta juvenil, pese a que el vandalismo fue realizado por un grupo pequeño y no representativo del total de asistentes.
No obstante, el ataque al edificio de la SCJN —con la carga simbólica que implica— se convirtió en uno de los elementos más difundidos por la prensa, tanto dentro como fuera de México.




