Tianguis ‘de pulgas’, otra cara de Cancún

987
Tianguis ‘de pulgas’, otra cara de Cancún
  • Cientos de personas, locales y migrantes, acuden cada fin de semana a esos sitios enclavados en las zonas habitacionales más populosas.
MARCO ANTONIO BARRERA

CANCÚN, Q. ROO.- Es el otro rostro de Cancún, sin turistas, alejado de la arena blanca y el mar azul turquesa.

Cientos de personas, locales y migrantes, acuden cada fin de semana a esos sitios de reunión enclavados en las zonas habitacionales, las más populosas, donde habita la fuerza trabajadora que sostiene a la industria del turismo.

Algunos van a vender, otros a comprar. Hay también los que sólo van a mirar y a distraerse, pero también aquellos que ven una opción para escapar de la soledad que les impone el destino caribeño.

Otros son cazadores de mercancías, sin empaque ni garantía, en busca de algún “tesoro” que ha resistido el paso del tiempo, el clima inclemente, la humedad y el salitre.

Los tianguis “de pulgas” o bazares de usado cobran vida el sábado por la tarde y el domingo muy temprano. Los más conocidos y concurridos están en las regiones 101 y 94.

Ahí acuden niños, jóvenes, adultos y personas mayores, estos últimos para ganarse el sustento o como terapia. Pasan el rato, dialogan y salen de la monotonía que los atrapa.

Guillermina pertenece al grupo de la tercera edad. Vende de todo un poco, los artículos los expone sobre un mantel plástico que coloca en el piso. Su caso es igual al de otras, vende para llevar el sustento, pero también como terapia.

Entre ellos ya se conocen, charlan y se toman un “refresquito”, igual que con algunos clientes habituales. Dice que es también la mejor medicina contra la soledad.

“En el tianguis, si usted se fija, hay muchos adultos mayores que aparte de ver una entrada de dinero, lo ve uno también como una distracción por no estar encerrados en la casa o por la falta de oportunidades de empleo para la gente mayor.

“Aquí viene uno dos, tres horas y se distrajo, ya ganó su dinerito. Pero sí es importante eso de la gente de la tercera edad que se ocupa de vender”.

Cada uno tiene su motivo, pero casi todos asisten religiosamente cada fin de semana a vender, aunque también a comprar.

Con suerte se encuentran “tesoros”, no siempre, pero se debe ser persistente. Son piezas que en algún momento estuvieron apegadas al afecto de sus antiguos dueños, pero terminaron exhibidas sobre lonas o manteles en los terrenos en breña.

Hay que caminar, detenerse, mirar y preguntar. Cuando se encuentran estos sobresalen de los demás. Se nota su rareza y se sabe que calladamente tiene una historia, casi siempre desconocida.

La única certeza es que antes de llegar ahí, estuvieron resguardados en cajas o contenedores. Llegado el momento estuvieron listos para salir a la luz.

Esas “joyas” están siempre en travesía, a la espera de un nuevo destino. Para adquirirlos basta encontrarlos y, después, lo fácil es negociar su precio.

Los puestos más grandes son los que tienen la ropa de “segunda mano”, sobre todo de tallas extra porque la demás sale primero. Esos son los que tardan más en instalarse.

Los vendedores, solos o en grupo, sujetan lonas de los árboles o arman las estructuras, acomodan tarimas y desempacan cajas que reposan en camionetas, aunque también hay quienes llegan a pie o empujan bicicletas con la preciada carga. “Lo dejo grabar, pero sin que se vea la ropa, ya ve que es de paca”.

En el bazar de usado se ve de todo, lo nuevo, lo “casi” nuevo, lo desgastado y lo antiguo. Ahí se va a ensuciarse las manos.

Hay cuadros, muebles, herramientas, juguetes, patines, libros, peluches, maletas, ropa, calzado, artículos musicales y discos de acetato, entre un sinfín de otros productos. Se debe mirar y preguntar.

A lo lejos, desde un reproductor de música, la voz de la cantante María del Sol se impone al bullicio, hace más agradable el rato para quienes se arman de paciencia para encontrar clientes.

Ahí está Mari con su improvisado puesto, usa una visera y manga larga para cubrirse del sol. El cubrebocas le tapa solo el cuello y parece que la pandemia del Covid-19 quedó en el recuerdo. Sin medidas sanitarias, lo importante es ofrecer su mercancía.

“Son cosas que ya no queremos o las compramos para que la gente pueda adquirir algo que le guste. Lo que más se vende es ropa, carritos, muñecos… todo eso. Hay veces que tenemos calidad, hay veces que no, dependiendo de eso es el precio”.

Otra vendedora es Alma. “Vendo de todo un poco, ropa, zapatos, bisutería. La mayoría busca ropa y calzado en buen estado y barata”.

A ella, a veces le va bien y otras no. Su mercancía la consigue en casas, con conocidos o entre los mismos puesteros, aunque también ofrece lo propio, lo de su uso personal, como bolsas de piel y ropa.

“Las pongo baratas y sí me la compran”. Lo que ofrece tiene un costo que va de 10 a 150 pesos, dependiendo del producto, su estado físico y la calidad.

Poco a poco comienzan a llegar más clientes.

En otros puestos, la comida está lista, donde antes picaron la verdura, prepararon la salsa y acomodaron las mesas. Ya están listos los tacos, el consomé o la quesadilla sin faltar los refrescos. Al final todo es bueno.

Así transcurre un día más en los tianguis “de pulgas” o bazares de usado en Cancún, esos que atraen y llaman, donde fluye la morralla y el consumo, donde circula el efectivo y la economía crece.

Te puede interesar: Celebran 30 años de Organización Mundo Maya