- Estudios de ADN permitieron establecer el lazo biológico de dos pares de gemelos; algo que no se había descrito antes.
STAFF / AGENCIA REFORMA
MÉRIDA, YUCATÁN.- Estudios de ADN, obtenidos de los restos óseos de 64 niños sacrificados y hallados en un ‘chultún’ en la zona arqueológica de Chichén Itzá, permitieron establecer el lazo biológico de dos pares de gemelos; algo que no se había descrito antes.
En 1967 se descubrió un chultún (cisterna subterránea) cerca de una masa de agua sagrada de la ciudad maya enclavada en la península de Yucatán, en su interior se encontraron restos óseos de más de 100 niños.
El ADN obtenido de 64 de ellos permitió establecer que los enterrados eran todos varones —algunos de ellos hermanos, incluidos dos pares de gemelos idénticos—, a los que se sacrificó en rituales religiosos, explicaron esta semana investigadores.
“El sacrificio ritual era una práctica común entre las antiguas poblaciones mesoamericanas. Sin embargo, las relaciones biológicas entre los individuos sacrificados no se habían descrito antes”, afirmó el arqueogenetista Rodrigo Barquera, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA) de Alemania, autor principal del estudio publicado en la revista Nature.
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La mayoría de los niños de entre 3 y 6 años fueron enterrados en la fosa común durante el apogeo de la influencia política y cultural de Chichén Itzá, entre los años 800 y 1000 de nuestra era, aseguran, aunque otros eran de siglos anteriores y posteriores; abarcando un periodo de 500 años que finalizó cerca del año 1100.
Los gemelos ocupan un lugar destacado en la religión y el arte de los antiguos mayas, y su sacrificio se describe en textos sagrados, como el Popol Vuh. Los héroes gemelos mayas, Hunahpú y Xbalanqué, se enfrentaban a los dioses del inframundo en ciclos de sacrificio y resurrección. Estructuras subterráneas como el ‘chultún’ se consideraban entradas al inframundo, central en la cosmogonía maya.
“Creemos que los habitantes de Chichén Itzá intentaban replicar simbólicamente las historias mitológicas mayas y la representación de los héroes gemelos en este entierro ritual”, añadió Barquera, investigador mexicano y también profesor de la ENAH.
“Para los mayas, y las culturas mesoamericanas en general, la muerte es la ofrenda definitiva, y como tal los sacrificios tienen una gran importancia en su sistema de creencias”.
Chichén Itzá es conocida por su impresionante arquitectura, que incluye la monumental estructura de la pirámide de Kukulcán, conocida como El Castillo. Cerca de ahí hay un cenote sagrado, donde se encontraron los cadáveres de más de 200 personas. Y en la zona está el ‘chultún’ donde fueron enterrados los niños.
“El propósito original de los chultunes era almacenar agua dulce. Este se había reconvertido en una cámara funeraria, adyacente a una pequeña cueva natural. Tanto el chultún como la cueva estaban llenos de restos humanos”, explicó Barquera.
El ADN se extrajo de la porción petrosa del hueso temporal, que alberga el oído interno. Este pequeño hueso ha demostrado ser óptimo para conservar ADN antiguo.
La investigación contradijo una idea popular en el siglo 20 según la cual los antiguos mayas preferían los sacrificios femeninos.
Sin embargo, aún no está claro cómo murieron los niños. “No hay marcas de cortes, ni evidencias de traumatismos, lo que nos indica cómo no murieron. Pero aún no hemos encontrado la causa de su muerte”, dijo Barquera.
“Durante el período colonial español, miles de libros y textos mayas fueron sistemáticamente quemados, y hubo esfuerzos concertados para erradicar las creencias y actividades religiosas mayas y sustituirlas por el cristianismo”, agregó la arqueóloga biomolecular de la Universidad de Harvard y coautora del estudio Christina Warinner.
“Como resultado de esa destrucción hay muchas lagunas en nuestro conocimiento sobre las prácticas rituales específicas, realizadas por los antiguos mayas, y especialmente sobre su significado”, añadió Warinner. “Entre ellas, el sacrificio humano sigue siendo uno de los actos rituales más incomprendidos”.
En la investigación también participaron Víctor Acuña Alonzo, actual director de la ENAH; Oana del Castillo Chávez, investigadora del Centro INAH Yucatán, y Diana Iraíz Hernández Zaragoza, alumna del Laboratorio de Genética Molecular de la ENAH, entre otros especialistas.
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