Por KUKULKÁN
Siete ataúdes dorados: el funeral de los órganos autónomos
EN EL FUNERAL anticipado de los “órganos autónomos” de la administración pública federal, los senadores de oposición se vistieron de luto… pero no precisamente por amor a la democracia, sino porque el cierre de estos “nobles” organismos pone fin a un sistema que fue, en sus mejores días, un buffet de privilegios. La llamada reforma de “simplificación orgánica” ha dejado a la vista algo más que discursos altisonantes: el cinismo con que algunos defienden estructuras que, lejos de servir al interés público, operaban como cajas chicas y despachos de colocaciones VIP.
EL INAI, Cofece, IFT, y compañía no eran simples organismos autónomos; eran monumentos a la simulación. Por años, fueron el refugio de políticos desempleados, tecnócratas con ansias de protagonismo y, por supuesto, amigos de amigos. Los opositores ahora juran que eran la última línea de defensa de la democracia, cuando en realidad parecían estar más interesados en proteger los negocios de los suyos. ¿O acaso alguien creyó que las “evaluaciones” y “transparencias” que ofrecían alguna vez incomodaron al poder real?
EL PAN, PRI y MC han salido a las tribunas con una indignación que raya en lo teatral. Ahí está Marko Cortés, hablando de dictaduras y contrapesos democráticos, como si el INAI o la Cofece alguna vez hubieran sido bastiones de resistencia ciudadana. Que no se nos olvide: fue gracias a la transparencia que estos mismos partidos vieron expuestos sus escándalos de corrupción. Ahora, sin embargo, usan las mismas banderas para vestir de “causa noble” su verdadero dolor: perder un sistema que les permitió operar con una impunidad disfrazada de tecnocracia.
CON UNA NARRATIVA más moderada, Luis Donaldo Colosio Riojas aseguró que la desaparición de estos órganos es un retroceso. Pero se cuidó de mencionar que, durante décadas, el acceso a la información también fue selectivo. Mucha corrupción fue conocida, sí, pero poca fue castigada. ¿Por qué? Porque los órganos autónomos, por diseño o por conveniencia, se mantuvieron lejos de incomodar realmente a los que se suponía que debían vigilar.
EXPERTOS en hacer de todo un negocio, los priistas se preocupan ahora por los tratados internacionales y los datos personales. Curioso, viniendo del partido que usó al extinto IFE y otros organismos como herramientas de control político y económico. Claudia Edith Anaya se rasgó las vestiduras por los posibles errores técnicos de la reforma, pero olvida mencionar los errores sistémicos que permitieron que estos órganos se convirtieran en clubes exclusivos de la élite política y económica.
MIENTRAS tanto, Morena, el PVEM y el PT se frotan las manos con la oportunidad de recuperar funciones clave del Estado. Su discurso es claro: los órganos autónomos no fueron autónomos del dinero. ¿Están exentos de cinismo? No. Pero al menos reconocen que estas instituciones se convirtieron en un Frankenstein que no servía ni al pueblo ni al gobierno. Al final, lo que llaman “autonomía” no era más que un nombre elegante para justificar su dependencia de intereses privados.
EL VERDADERO problema de los órganos autónomos no era su existencia, sino su captura. Fueron diseñados para ser árbitros, pero acabaron siendo jugadores en el mismo campo. Cofece defendiendo monopolios disfrazados de competencia; el INAI ocultando tanto como revelaba; la CRE y CNH enredados en los intereses de las grandes energéticas… La lista sigue. Por eso, no sorprende que la desaparición de estos organismos cause tanto revuelo. No es la democracia lo que está en juego; son los privilegios, los salarios estratosféricos y las conexiones políticas que se extinguen con ellos.
EL OFICIALISMO, fiel a su narrativa, ha prometido que los recursos de los órganos extintos se redirigirán a programas sociales y pensiones. Un argumento que, aunque suena noble, deja muchas preguntas en el aire. ¿Qué tan eficientes serán las dependencias gubernamentales al absorber las funciones de estos organismos? ¿Realmente desaparecerá la corrupción o sólo cambiará de forma y dirección? Sólo el tiempo lo dirá. Lo cierto es que, en esta reforma, tanto opositores como oficialistas están jugando un ajedrez político donde los ciudadanos apenas somos peones. Los primeros defienden un statu quo que les era cómodo; los segundos apuestan por consolidar un poder centralizado que, según ellos, beneficiará al pueblo.
LA EXTINCIÓN de los órganos autónomos no es ni el apocalipsis democrático ni la salvación del Estado. Es simplemente un cambio de máscaras en un sistema que, hasta ahora, ha beneficiado más a las élites que al ciudadano común. En lugar de llorar su desaparición, deberíamos preguntarnos cómo asegurarnos de que las instituciones que los reemplazarán no terminen igual o peor. Porque si algo ha demostrado nuestra política, es que el cinismo no desaparece; sólo se transforma.