- La Visita a los Siete Templos combina el fervor de cumplir con una tradición con la resistencia física para lograrla.
STAFF / AGENCIA REFORMA
MONTERREY, NL.- Como todo peregrinar, la Visita a los Siete Templos que cada Jueves Santo realizan miles de regiomontanos combina el fervor de cumplir con una tradición con la resistencia física para lograrla.
En la larga fila para ingresar a la pequeña e histórica Capilla de Dulces Nombres está Rubén Guillén, de 60 años, quien para desplazarse se apoya en un andador con ruedas. Es ya su sexto templo. Después de aquí solo le quedará caminar unos metros más y llegar a la Catedral de Monterrey.
Comenzó desde temprano, en San Luis Gonzaga, a casi un kilómetro y medio. Siguió con la Basílica de la Purísima, San José, la Basílica del Roble y Sagrado Corazón.
Este hombre con un padecimiento en el sistema nervioso tiene complicaciones para caminar, pero ha mejorado con rehabilitación y fe, afirma.
“Es un ofrecimiento a Dios por tener la salud, de uno y de todos los demás”, dice mientras la fila fluye y él se seca el sudor con ayuda de una toalla echada a su cuello. “Es un compromiso. Que no haya obstáculo que valga”.
Va solo en su recorrido. Decidió adelantarse a su familia y comenzar apenas abrió el primer templo, cerca de las 8:00 horas.
“Por obvias razones. Yo voy más despacio”, dice.
La tradición de la Visita a los Siete Templos simboliza el acompañamiento a Jesús durante los momentos de su sufrimiento la noche antes de su crucifixión.
No hay mandato de la Iglesia católica que obligue a ella, pero su arraigo resulta evidente al ver el ir y venir de grandes cantidades de fieles en calles y banquetas alrededor de la Macroplaza.
Acuden, principalmente, en familia con jóvenes y niños uniformados para la ocasión con playeras que ostentan el apellido o la parroquia a la que pertenecen.
Muy pocos van en solitario, como Rubén, o con animales de compañía, como Leticia y Jesús, un matrimonio que lleva a su perrita Leia.
Las filas son extensas y llegan a rodear una cuadra bajo los sofocantes rayos del sol.
A lo largo de ellas hay quienes se toman una selfie, otros platican. También están los fieles que se protegen con sombrillas y quienes rezan el Rosario mientras avanzan. Fuera de la fila piden ayuda algunas personas de la calle y un migrante que dice ser de Nicaragua.
Ya dentro del templo, es momento de hacer una oración y pedir por las necesidades personales. Todo en cuestión de minutos porque hay que dar paso a quienes vienen detrás.
Marissa y Enrique son un matrimonio que realiza por primera vez este caminar.
“Estamos viviendo tantas cosas tan difíciles, tanto en la enfermedad como en la economía, que te hace buscar acercarte un poquito más a la Palabra de Dios”, dice Marissa.
En Catedral se imprimieron 10 mil folletos con las oraciones recomendadas para la jornada, y se horneó la misma cantidad de “panes benditos” que los fieles adquieren para la celebración de la Última Cena, que también se recuerda de forma especial la noche de Jueves Santo.
Las filas continúan en esas calles y banquetas que ayer integraron una ruta de fe y devoción.