Por KUKULKÁN
EN LA NARRATIVA hollywoodense que tanto le gusta a Estados Unidos, el narcotraficante mexicano es el villano absoluto, el enemigo que justifica presupuestos, muros y drones. Pero en la realidad —menos glamurosa, pero igual de cínica— ese mismo villano se vuelve socio cuando tiene algo útil que ofrecer. Así es como los parientes de Ovidio Guzmán, hijo del célebre “terrorista” Joaquín El Chapo Guzmán, cruzan la frontera con la bendición del Tío Sam, mientras México, fiel al libreto, se entera por la prensa.
NO HABLAMOS de migrantes desesperados ni de víctimas del crimen, sino de 17 familiares directos del heredero del Cártel de Sinaloa, cuya sola presencia debería activar alertas rojas en cualquier sistema fronterizo. Pero no. Entraron a California como si fueran parte de un intercambio cultural, lo cual deja claro que, cuando se trata de narcos con información valiosa, las puertas no sólo se abren, se lubrican.
EN MÉXICO, la reacción fue de sorpresa. El secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, puso cara de asombro: “no sabíamos”, dijo. Y no mentía. El operativo fue tan discreto que ni en Palacio Nacional les llegó el memo. La presidenta Sheinbaum, siempre lista para hablar de justicia social, optó por la cordura diplomática. Después de todo, cuestionar a los vecinos del norte no es lo más rentable en estos tiempos de confrontación.
MIENTRAS tanto, en Washington, el espectáculo sigue su curso. Allí, el Chapo Guzmán sigue clasificado como uno de los criminales más peligrosos de la historia: capo supremo, traficante serial, lavador profesional y maestro del escape. Condenado a cadena perpetua más 30 años —por si acaso reencarna— y encerrado en la prisión más segura del planeta. Todo muy dramático, muy ejemplar… hasta que se asoma la familia con propuestas de colaboración y, de pronto, el linaje criminal se vuelve activo diplomático.
LOS ANALISTAS en Estados Unidos ya lo dicen sin pudor: Ovidio estaría negociando con las autoridades gringas para obtener beneficios judiciales a cambio de información. ¿Y qué creen? Parece que el acuerdo incluye la comodidad y protección de su familia. Así, lo que comienza como guerra contra el narco termina como contrato de confidencialidad.
EL DOBLE discurso es grotesco. Por un lado, Estados Unidos impulsa leyes para clasificar a los cárteles mexicanos como amenazas terroristas, una etiqueta que en cualquier otro caso justificaría drones, bombardeos y tribunales militares. Pero por otro, esos mismos grupos criminales sirven como fuentes confiables cuando hay que limpiar expedientes o ajustar cuentas internas. Hoy enemigos, mañana aliados. Todo depende del valor de tu testimonio.
LA ENTREGA de los Guzmán no sólo evidencia la hipocresía del discurso antinarco; también exhibe el grado de desprecio con que Estados Unidos toma la política exterior mexicana. Y aunque hubo reclamos y exigencias de respeto a la soberanía, a las autoridades mexicanas no les quedó de otra más que levantar una ceja con cara de “ni modo”. Porque si el gobierno de México ha sido bueno en algo, es en tragarse sapos… siempre y cuando vengan del norte.
POR LO PRONTO, el Chapo Guzmán seguirá siendo para Estados Unidos el gran criminal de las series, el malo oficial del sistema, el ícono del narco para exportación. Pero detrás del juicio ejemplar, de las cadenas perpetuas y los miles de millones incautados, hay una verdad más incómoda: Estados Unidos no extermina cárteles, negocia con ellos. Y a veces, hasta los patrocina.