Por KUKULKÁN
SI EL PODER corrompe, el ego en exceso convierte la política en una comedia de errores. Y pocos dúos han representado mejor ese teatro del absurdo que Elon Musk y Donald Trump: dos titanes del narcisismo, unidos por la conveniencia, separados por las facturas.
TODO comenzó como empiezan las grandes tragedias: con una negación rotunda. Musk no podía ver a Trump ni en holograma. Trump lo tachaba de otro ricachón woke con delirios de Marte. Pero bastó una segunda candidatura y una oferta jugosa —encabezar el Departamento de Eficiencia Gubernamental, el risible DOGE— para que el emprendedor espacial aterrizara en el corazón del trumpismo, con traje de tecnócrata y tijeras en mano.
ELON llegó prometiendo una revolución: cortar grasa burocrática, ahorrar un trillón y hacer que el Estado funcionara como una start-up… sin los beneficios ni el café gratuito. Su primer movimiento fue decapitar a 260 mil burócratas federales como si fueran procesos redundantes en una hoja de cálculo. Resultado: apenas se ahorró una fracción de lo prometido, y los pasillos de Washington quedaron más vacíos que las promesas de campaña.
PERO si hay algo que Musk no tolera más que la lentitud del Wi-Fi, es que lo dejen fuera del guion. Cuando Trump presentó su “gran y hermoso” paquete de gasto público —una especie de piñata fiscal con cinta patriótica—, Musk explotó. “Esto no es eficiencia, es despilfarro”, dijo, y el amor se fue por el drenaje. Porque en la Casa Blanca de Trump, el primero que contradice al jefe… recoge su caja en la recepción.
TRUMP, fiel a su estilo de divorcio amistoso con dinamita, lo defendió públicamente —como quien agradece a su ex por las vacaciones, pero ya cambió las contraseñas. Dijo que Elon había hecho un gran trabajo, que lamentaba las protestas contra Tesla, pero que la política sigue. Traducción: “Gracias por venir, ahora cierra la puerta al salir”.
Y COMO si todo esto no fuera ya una tragicomedia perfecta, Musk se encargó de dejar su firma indeleble: un gesto ambiguo en un mitin trumpista que varios interpretaron como saludo nazi. Él, por supuesto, dijo que era un malentendido.
PERO el daño estaba hecho. Las organizaciones de derechos humanos pusieron el grito en el cielo, y Elon tuvo que desviar el rumbo… a la órbita empresarial que nunca debió abandonar.
AHORA dice que se concentrará en Tesla, en SpaceX, en xAI… y que bajará su perfil político. Pero ya sabemos cómo funciona eso. Musk sin micrófono es como Trump sin mitin: improbable, inverosímil y terriblemente aburrido.
AL FINAL, lo que nos queda es la postal rota de un matrimonio por interés, una luna de miel con fecha de vencimiento y un divorcio que, aunque anunciado, no deja de ser ruidoso. Trump y Musk demostraron que en la política del espectáculo no hay enemigos eternos, sólo alianzas momentáneas… hasta que el déficit, el ego o la prensa los separen.