José Réyez
La trata de personas es uno de los delitos más abominables de nuestro tiempo, una herida abierta en la conciencia global que no sólo persiste, sino que crece. Según el Informe Mundial sobre Trata de Personas 2024 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), este flagelo ha aumentado un 25 por ciento en el número de víctimas detectadas desde 2019, impulsado por la pobreza, los conflictos armados y el cambio climático.
Los datos son contundentes: detrás de cada porcentaje hay rostros, historias de dolor y una sistemática violación de los derechos humanos.
La trata de personas mueve miles de millones de dólares anuales, convirtiéndose en uno de los negocios ilícitos más rentables para el crimen organizado. Sólo en Europa, genera ganancias estimadas en 3 mil millones de dólares al año. Los tratantes reducen seres humanos a meras mercancías, explotándolos en condiciones de esclavitud moderna: trabajo forzoso, servidumbre doméstica, mendicidad infantil, extracción de órganos y, la forma más visible, explotación sexual.
El informe revela que el 79 por ciento de los casos detectados a nivel mundial corresponden a explotación sexual, donde mujeres y niñas representan el 61 por ciento de las víctimas. Sin embargo, estas cifras podrían estar sesgadas por la mayor visibilidad de ciertas formas de explotación.
Por ejemplo, es más difícil identificar a víctimas de trabajo forzoso en granjas o fábricas que a aquellas en situaciones de explotación sexual. Además, los hombres y niños varones, aunque menos visibles, también son víctimas, especialmente en contextos de criminalidad forzada, como estafas en línea o reclutamiento como niños soldados.
La pobreza y la desesperación son el caldo de cultivo perfecto para los tratantes. Mujeres jóvenes engañadas con falsas promesas de empleo, niños obligados a mendigar o robar, migrantes sometidos a condiciones laborales inhumanas. El informe destaca casos como el de niñas africanas atraídas con ofertas de modelaje que terminan en redes de explotación sexual, o familias enteras de América del Sur que caen en manos de traficantes al buscar mejores oportunidades en el norte.
Uno de los hallazgos más alarmantes es el incremento del 31 por ciento en víctimas infantiles desde 2019, con un 38 por ciento de aumento en el caso de las niñas. En África subsahariana, donde los conflictos y el cambio climático han exacerbado las crisis humanitarias, la trata de menores para trabajo forzoso o mendicidad es especialmente frecuente. Estos niños, privados de educación y protección, quedan atrapados en ciclos de violencia y explotación que marcarán sus vidas para siempre.
El informe alerta sobre el crecimiento de la trata con fines de criminalidad forzada, especialmente estafas en línea, que pasó de representar el 1 por ciento de las víctimas en 2016 al 8 por ciento en 2022. Bajo amenazas o engaños, las víctimas son obligadas a participar en fraudes cibernéticos, un delito que trasciende fronteras y plantea nuevos desafíos para la justicia.
Por primera vez, el informe dedica un capítulo especial a África, una región históricamente subrepresentada en los estudios sobre trata. Los datos recopilados con organizaciones locales revelan que el 31 por ciento de los flujos transfronterizos de víctimas involucran a personas africanas, muchas de ellas explotadas dentro del mismo continente. El desplazamiento forzado, la inseguridad y la crisis climática han creado un terreno fértil para los traficantes, que aprovechan la desesperación de familias enteras.
Ante esta realidad, las respuestas deben ser contundentes y coordinadas. La UNODC urge a los gobiernos a: fortalecer los sistemas de identificación y protección de víctimas, especialmente en contextos de migración y conflicto; perseguir a las redes criminales trasnacionales, con especial atención a los líderes de estas organizaciones; sensibilizar a la sociedad sobre las nuevas formas de explotación, como las estafas en línea, e invertir en desarrollo económico y educación para reducir la vulnerabilidad de las comunidades más pobres.
La trata de personas no es un problema ajeno; es un reflejo de las desigualdades y fallas de nuestro sistema global. Mientras millones siguen siendo explotados, la indiferencia no puede ser una opción. Como sociedad, estamos obligados a exigir justicia, apoyar a las víctimas y trabajar por un futuro donde la dignidad humana no tenga precio.
