- Rafael Marín, entre quejas y contrabando: el reto real para borrar el desprestigio de la Agencia Nacional de Aduanas de México
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- A su regreso al frente de la Agencia Nacional de Aduanas de México (ANAM), Rafael Marín Mollinedo no encontró exactamente un panorama despejado. Lo esperaban una larga lista de reclamos, reportes empresariales con datos duros y una percepción generalizada de que el sistema aduanero mexicano no estaba cumpliendo su función con la eficiencia que exige el comercio exterior.
Una encuesta realizada por la firma Sánchez Devanny dejó el panorama en claro: 75% de las empresas que interactúan con aduanas reportaron demoras en los procesos de despacho, y más de la mitad señaló que las revisiones se habían vuelto más frecuentes y opacas.
A eso se suman inconsistencias en los criterios aplicados por el SAT y la ANAM, una falta alarmante de comunicación entre la autoridad y los usuarios, y, en algunos casos, el simple desconocimiento de que ANAM existe. Sí, 21% de las empresas ni siquiera sabían que la agencia que regula sus importaciones y exportaciones tenía un nuevo nombre, una nueva estructura y una supuesta autonomía.
Marín Mollinedo asumió la dirección con un diagnóstico más que claro: la aduana mexicana no sólo sufre por procedimientos ineficientes y sobrecargados, también por un serio problema de credibilidad. En vez de una institución moderna, se le percibe como una barrera impredecible entre el comercio y su destino final.
No es casualidad que, desde su llegada, la agenda del funcionario esté cargada de reuniones con organizaciones empresariales de todo el país. Ha dialogado con la Asociación de Agentes Aduanales de Nuevo Laredo, la Confederación de Asociaciones de Agentes Aduanales (CAAAREM), COPARMEX, CANACINTRA, CANIRAC, y hasta con la Asociación de Mujeres Aduaneras. Todos con un punto en común: pedir que el sistema deje de ser un lastre.
Marín Mollinedo ha optado por enfrentar la crisis institucional desde adentro, pero con enfoque externo. Ha prometido modernización, digitalización, mejora en procesos logísticos y, sobre todo, una limpieza estructural en aduanas como la de Manzanillo, donde ya se documentaron denuncias y relevos. También ha puesto sobre la mesa la necesidad de actualizar la Ley Aduanera, reconocer los cambios del comercio internacional y cerrar espacios a la discrecionalidad que alienta la corrupción.

En paralelo, se han empezado a construir mecanismos de retroalimentación con los usuarios. La ANAM habilitó un portal para recibir denuncias y propuestas, y prepara nuevos convenios de colaboración en capacitación y profesionalización del gremio. La intención es clara: recuperar control sobre la operación aduanera, pero también sobre su narrativa. Hacer visible que algo se está intentando cambiar.
Pero más allá de comunicados y agendas, la ANAM sigue arrastrando viejos vicios y nuevas presiones. Mientras la agencia busca reestructurarse, el comercio exterior sigue avanzando, y cada minuto que una mercancía queda retenida, cada trámite que se duplica, cada criterio que varía según el escritorio, se traduce en costos reales para las empresas y pérdida de competitividad para el país.
Marín Mollinedo no dirige una institución técnica, sino un nodo sensible del aparato económico mexicano. Su desafío no está en reorganizar escritorios, sino en devolverle sentido a una agencia que durante años operó bajo el piloto automático. Lo que está en juego no es sólo la eficiencia de los cruces aduaneros, sino la confianza de todo un sector que, hasta ahora, ha aprendido a navegar por su cuenta frente a una autoridad que, en muchos sentidos, apenas empieza a presentarse.