Por KUKULKÁN
AHORA SÍ, Morena se pone en modo escuela. Porque si algo ha quedado claro en los últimos años, es que no basta con tener “convicciones” ni saberse el discurso de la 4T de memoria. Hay que estudiar. Literal. Y por eso nació el flamante Programa de Formación Mandar Obedeciendo, una especie de diplomado exprés en moral revolucionaria, diseñado para formar cuadros políticos que no se quiebren al primer cañonazo… ni al primer presupuesto.
SE TRATA de 78 horas de pura sabiduría ideológica en seis semanas. En modalidad híbrida, por si el candidato anda ocupado entre mítines, selfies y reuniones con operadores. Aprenderán tres cosas, que en Morena suenan a catecismo: Teoría del Estado y nuevo Estado, Sistema electoral y Comunicación Política, y, la joya de la corona, Gobernar desde la izquierda.
PARECE un buen intento por evitar que se les sigan colando los de siempre: los que ven a la política como un negocio familiar; los que a la primera oportunidad traicionan, cambian de camiseta y terminan ondeando la bandera del “pueblo” desde un SUV blindado. Morena lo sabe: el barco va lleno, y no todos los pasajeros están ahí por principios.
Y AQUÍ es donde entra el sagrado principio del mandar obedeciendo. Sí, ese que viene del EZLN, de las comunidades tsotsiles y de una tradición que considera que liderar es servir, no mandar. Que el poder es prestado, no apropiado. Que quien no escucha al pueblo, pierde el rumbo. Hermoso, ¿no? Tan hermoso, que a veces hasta lo creen.
EL PROBLEMA es que muchos de los aspirantes que se están inscribiendo al curso vienen de otro molde: el del caudillo de barrio, el operador de campaña, el “líder social” con clientela propia. Esos que sueñan con una diputación como escalón, no como servicio. ¿Podrán en seis semanas cambiar su ADN político y abrazar los siete principios del zapatismo? Difícil. Como enderezar árboles torcidos con una clase de Zoom y un taller dominical.
PORQUE SÍ, hay que repetirlos como mantra: servir y no servirse, representar y no suplantar, construir y no destruir, obedecer y no mandar, proponer y no imponer, convencer y no vencer, bajar y no subir. Pero una cosa es repetirlos para pasar el cuestionario de opción múltiple, y otra muy distinta es vivirlos en el ejercicio real del poder.
NO SEAMOS ingenuos: esto no es la revolución. Es Morena tratando de sobrevivir a su propio crecimiento desordenado. Ya sin el liderazgo arrasador de Andrés Manuel López Obrador, el partido debe encontrar nuevas formas de legitimidad. Y no basta con tener siglas: se necesita estructura, ideología y… algo de control.
DE AHÍ la estrategia: formar militantes que no sólo ganen encuestas, sino que no les exploten en la cara a medio sexenio. Candidatos que al menos hayan leído una presentación de PowerPoint sobre gobernar desde la izquierda, aunque en su vida hayan puesto un pie en una asamblea comunitaria.
EL PROGRAMA ya se puso a prueba en elecciones anteriores, pero en las próximas de 2027, deberá mostrar su eficacia en las elecciones federales intermedias y en 16 estados de la república, así como centenares de ayuntamientos. El caso que Morena presume como resultado exitoso, es el de Gabriel Guzmán Reyes, “El Arqui”, quien cursó el programa en Veracruz y terminó ganando la encuesta ciudadana para la alcaldía de Emiliano Zapata.
CAMINÓ, saludó, escuchó, no prometió nada, no regaló despensas… y aun así, convenció. Dicen que es el nuevo modelo: austero, cercano, sin padrinos. Veremos cuánto le dura el perfil bajo cuando suene la primera llamada de “alguien del centro”. Mientras tanto, la maquinaria sigue: cumplir con el registro, carta compromiso, plataforma digital y talleres estatales. Todo bien intencionado.
PERO en el fondo, la pregunta es otra: ¿puede un partido que ha absorbido lo mejor y lo peor de la política mexicana reinventarse por medio de cursos sabatinos? ¿Se puede enseñar la ética en seis semanas a quienes llevan años ignorándola? El reto de Morena no está en las aulas ni en las plataformas digitales. Está en sus entrañas. Porque abrir el partido al pueblo es indispensable, sí. Pero también lo es saber decirle “no” a los que sólo quieren servirse. Y ese examen, hasta ahora, no todos lo han pasado.