JOSÉ RÉYEZ
México es un país de contrastes. Mientras una élite de milmillonarios acumula riquezas que rivalizan con el PIB de naciones enteras, millones de mexicanos luchan por sobrevivir con salarios que no alcanzan para lo básico.
Según el último informe de Oxfam (junio 2025), el 1% más rico del país concentra casi el 25% de la riqueza generada en este siglo, mientras el 50% más pobre apenas recibe el 1.5%. Esta desigualdad no es un accidente, sino el resultado de un sistema económico y político diseñado para privilegiar a unos cuantos.
De acuerdo con Abel Pérez Zamorano doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, University of London, el capitalismo global ha alcanzado niveles de concentración de riqueza sin precedentes. En la última década, surgieron 1,202 nuevos milmillonarios en el mundo, y para 2035 se prevé que existan cinco billonarios.
Mientras tanto, según el Banco Mundial, 3,700 millones de personas —casi la mitad de la humanidad— viven en pobreza, y más de 700 millones padecen hambre. México no es la excepción: de acuerdo con Forbes, aquí, en 2025, 22 familias acumulan fortunas equivalentes al 9.4% del PIB nacional.
El informe de Oxfam detalla que, desde 2015, el 1% más rico incrementó su riqueza en 33.9 billones de dólares, suficiente para erradicar la pobreza mundial 22 veces. Sin embargo, la lógica del mercado no distribuye; concentra. La “teoría del derrame” —esa idea neoliberal que prometía que la riqueza de los ricos eventualmente beneficiaría a todos— ha sido desmentida por la realidad.
La riqueza extrema no sólo compra yates y mansiones; compra influencia. Oxfam advierte: “Los milmillonarios usan su poder político para moldear economías y legislaciones a su favor”. En México, esto se traduce en un régimen fiscal regresivo, donde la mitad más pobre paga 45 centavos por cada dólar de ingresos, mientras el 1% más rico paga menos de 20 centavos.
Durante el gobierno de la Cuarta Transformación, lejos de revertirse esta tendencia, se consolidó. El número de milmillonarios mexicanos creció 57% entre 2023 y 2024, y figuras como Fernando Chico Pardo o los hermanos Coppel Luken emergieron en la lista de Forbes. AMLO repitió hasta el cansancio que “ningún rico perdería dinero” bajo su mandato, y cumplió: los ricos no sólo no perdieron, sino que ganaron más.
Falta voluntad política para cobrar impuestos a quienes más tienen. Mientras las grandes empresas reciben exenciones fiscales y subsidios (como los 109,000 millones de pesos en estímulos a la energía privada en 2024), el gasto público en programas sociales es insuficiente y muchas veces clientelar.
La receta neoliberal —privatizar ganancias y socializar pérdidas— sigue vigente. Ejemplo claro es la deuda pública, que se disparó a más del 50% del PIB, mientras los impuestos a las fortunas personales son casi inexistentes.
Ante esta realidad, urge un cambio estructural. No bastan los discursos “progresistas” si las políticas mantienen intactos los privilegios de la oligarquía. Se necesitan medidas concretas:
Como empleo digno y salarios justos; reforma fiscal progresiva; impuestos a herencias, grandes capitales y transacciones financieras; gasto público con justicia social: priorizar escuelas y hospitales sobre aeropuertos y refinerías; redirigir subsidios de elites empresariales a pequeños productores; y democratizar la economía; así como fomentar cooperativas, empresas sociales y control comunitario de recursos estratégicos (agua, energía, tierras).
México no es pobre; está empobrecido por un sistema que drena riqueza hacía unos cuantos. La Cuarta Transformación prometió cambiar esto, pero en lugar de desafiar al poder económico, lo fortaleció. La verdadera transformación no llegará desde arriba, sino desde la organización ciudadana que exija redistribución, justicia fiscal y servicios públicos universales.