Sergio León Cervantes
Quintana Roo presume playas de ensueño, pero carece de algo que ya distingue a los líderes mundiales: certificaciones medioambientales integrales que avalen nuestro turismo como sostenible y competitivo. Hoy, países como China, Japón, Italia o España encabezan el ranking de normas ambientales bajo ISO 14001, mientras destinos como Copenhague y Zúrich ostentan la codiciada certificación EarthCheck Sustainable Destinations. Costa Rica, por su parte, logró con el GSTC posicionarse como referente verde de América Latina.
¿Qué beneficios obtienen ellos? Más inversión, mayor prestigio, un turista de mayor poder adquisitivo que gasta 10 a 15% más, acceso a financiamiento internacional y ahorros de hasta 30% en energía y 25% en agua en hoteles certificados. Un resort grande puede ahorrar hasta 2 millones de dólares anuales, mientras su tarifa promedio sube entre 15 y 20%. Eso no es discurso, es economía política aplicada: sostenibilidad que se convierte en rentabilidad.
Las certificaciones que marcan la pauta son varias: ISO 14001, LEED para edificios y ciudades, EarthCheck para destinos, GSTC para países y regiones, Blue Flag para playas y marinas, y Green Key para hoteles y restaurantes. En México ya tenemos avances parciales: Cancún lidera en Banderas Azules, Xcaret y Xel-Há poseen certificación EarthCheck Gold, y la Riviera Maya fue evaluada bajo GSTC Early Adopter. Pero aún falta el paso decisivo: que todo Quintana Roo se consolide como el primer estado certificado en turismo sostenible de América.
¿Quién debe participar? No basta un decreto. Es una tarea de los tres niveles de gobierno —federal, estatal y municipal— en alianza con la iniciativa privada (hoteleros, desarrolladores, restauranteros, servicios náuticos), con la ciudadanía y organizaciones civiles como garantes sociales. La ruta exige un plan de 4 a 5 años, con inversión estimada entre 16 y 25 millones de dólares para diagnósticos, pilotos, expansión estatal y posicionamiento internacional.
El retorno es contundente: 5,800 a 6,600 millones de dólares anuales en beneficios directos e indirectos. Más gasto turístico, hoteles con mayor rentabilidad, restaurantes y bares con clientes premium, marinas certificadas que atraen touroperadores europeos, empleos verdes mejor pagados, y un gobierno con mayor recaudación fiscal.
Lo que hoy nos falta no es voluntad, sino visión compartida. Un Sello Verde en Quintana Roo sería más que un certificado: sería el pasaporte a un nuevo modelo económico, donde empresas, trabajadores, ciudadanía y gobierno ganen al mismo tiempo.
¡Hasta la próxima semana, con nuevos retos y oportunidades!
Sin miedo a la cima, que el éxito ya lo tenemos.
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