Robot-jueces: el futuro que nos alcanza (y que en México aún da miedo)

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Por KUKULKÁN

MIENTRAS en México seguimos discutiendo si jueces, magistrados y ministros deben ser electos por voto ciudadano, en la India —esa “cuarta economía mundial” que hace apenas unas décadas todavía se asociaba con vacas sagradas y películas de Bollywood— ya están planeando meter a la sala de audiencias nada más y nada menos que a los robot-jueces. Sí, leyó bien: máquinas con inteligencia artificial que podrían resolver desde infracciones de tránsito hasta disputas por terrenos, con la rapidez de un * y sin el cansancio de jornadas maratónicas.

CLARO, los puristas del derecho ya pusieron el grito en el cielo: “¡Eso no es justicia, es matemática fría!”. Y en parte tienen razón: nadie quiere que lo condene un Excel con toga. Pero en India la propuesta es clara: no se trata de que el robot mande, sino de que ayude a desahogar los tribunales, que allá, como en México, se arrastran con montañas de expedientes empolvados. Se trata de la justicia 4.0, el modelo indio que quiere probar estos sistemas en los Lok Adalats, tribunales simplificados donde se arreglan pleitos menores.

ESTÁ claro que los jueces robot no decidirán solos: revisarán datos, antecedentes y sentencias previas; la última palabra seguirá en manos de un juez humano. Una suerte de becario digital que nunca pide vacaciones, no cobra aguinaldo y no se enferma de gastritis. ¿El riesgo? Que la gente perciba esas resoluciones como menos “justas” o poco transparentes. Ya se habla de la “brecha de justicia humano-IA”: ¿cómo le explica un algoritmo a un campesino que perdió su tierra que lo hizo en nombre de la “eficiencia procesal”?

INDIA no está sola en esta aventura futurista. China tiene sus “Internet Courts”, donde hasta la audiencia es virtual y el juez puede ser un holograma. Estonia, ese pequeño laboratorio europeo, ya diseña programas de IA para resolver casos civiles menores cuyo agravio sea inferior a siete mil euros. Brasil avanza con plataformas digitales para tribunales, mientras que en Reino Unido los jueces ya usan IA para redactar sus sentencias (aunque no lo admitan muy fuerte, no vaya a ser que los acusen de flojos).

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NO VAYAMOS tan lejos, en Estados Unidos si bien no hay jueces robot, sí programas como COMPAS que calculan si un detenido merece libertad condicional o fianza, basados en “riesgo de reincidencia”. Un sistema que, de tan eficiente, ha sido criticado por reforzar sesgos raciales. Ah, el sueño americano versión algoritmo. Y mientras en el mundo la justicia se automatiza, en México seguimos con debates de otro siglo: que si el pueblo debe elegir a los ministros de la Suprema Corte como si fueran alcaldes, que si el sistema judicial está podrido hasta la médula, que si la independencia del Poder Judicial es un cuento chino (bueno, en este caso, indio).

AQUÍ, cada vez que se menciona la palabra “inteligencia artificial”, muchos reaccionan como cuando apareció la televisión: “¡Va a embrutecer a las masas!”. Luego con la computadora: “¡Va a quitar empleos!”. Y después con el Internet: “¡Será el fin de la convivencia humana!”. Y mire usted: todos esos inventos llegaron, se instalaron y quien no se adaptó, se quedó rezagado, como un dinosaurio con toga. Hoy, la IA amenaza con lo mismo: transformar sectores enteros, desde la manufactura hasta la medicina, desde la educación hasta la justicia. Y la reacción en México es idéntica: miedo, desconfianza y el eterno argumento de que “va a quitarle trabajo a la gente”.

EVOLUCIONAR o morir. La historia es implacable: la humanidad siempre desconfió de las herramientas que terminaron revolucionando su vida diaria. Y ahora, frente a los robot-jueces, nos volvemos a hacer la misma pregunta: ¿qué pasa con los empleos? La respuesta, aunque incómoda, es sencilla: se transforman. El escribano medieval que copiaba pergaminos a mano se quedó sin trabajo cuando apareció la imprenta. El operador de telégrafos desapareció con la llegada del teléfono. Y nadie lloró demasiado cuando el cobrador de renta puerta por puerta fue reemplazado por transferencias electrónicas.

LO MISMO pasará con la IA: jueces, abogados y hasta políticos tendrán que adaptarse a un entorno donde una máquina puede procesar más información en segundos que un despacho entero en semanas. El verdadero reto no es si aceptamos la tecnología, sino cómo la usamos sin perder la esencia de la justicia. Epílogo venenoso: India ya es la cuarta economía mundial, creciendo a ritmos que hacen sudar a Japón y Alemania. China lleva años corriendo con sus tribunales digitales. Estonia experimenta sin miedo.

Y EN MÉXICO… seguimos preguntándonos si los jueces deberían hacer campaña con jingles y spots de radio para ganarse el voto. El mundo avanza con inteligencia artificial; nosotros seguimos atrapados en debates de política parroquial. Quizá el día que aceptemos que un robot pueda ayudarnos a impartir justicia, también aceptemos que la modernidad no espera a nadie. Evolucionar o morir. Y aquí, parece, preferimos la segunda opción.

@Nido_DeViboras

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