- En una final insólita, el monegasco Valentín Vacherot venció a su primo Arthur Rinderknech, sellando un triunfo que trascendió lo deportivo.
STAFF / LUCES DEL SIGLO
CANCÚN. Q. ROO.- El Masters de Shanghái vivió una de las historias más sorprendentes del año tenístico. En una final insólita, el monegasco Valentín Vacherot venció a su primo Arthur Rinderknech, sellando un triunfo que trascendió lo deportivo y quedó grabado como una auténtica hazaña familiar.
El resultado —4-6, 6-3 y 6-3— es apenas un detalle dentro de una narrativa digna de película. Vacherot, que llegó al torneo desde la fase previa, disputó nueve partidos en total para levantar el trofeo, superando a figuras como Bublik, Machac, Griekspoor, Rune y Djokovic. Lo más impresionante: en seis de ellos tuvo que remontar después de perder el primer set, mostrando una capacidad de reacción y mentalidad férrea que lo convirtieron en la gran revelación del certamen.
Su victoria no sólo le dio su primer título de Masters, sino también un salto monumental en el ranking mundial: ascendió 164 posiciones, ubicándose ahora en el puesto 40 del mundo. Un logro impensado hace apenas unas semanas, que confirma la tenacidad de un jugador acostumbrado a luchar desde abajo.
La final, sin embargo, tuvo un matiz especial. Más que un enfrentamiento entre dos profesionales, fue un duelo entre primos y amigos que se conocen desde niños, compañeros de entrenamiento en Texas A&M y rivales en incontables partidos familiares. Pero Shanghái era distinto: uno debía ganar, aunque la familia completa saldría victoriosa.
Las emociones se desbordaron tras el encuentro. “Dos primos son más fuertes que uno”, dijo Rinderknech conmovido. Por su parte, Vacherot apenas podía contener las lágrimas: “No estoy soñando, esto es una locura. Ojalá hubiera dos ganadores, pero me alegra que sea yo. Hoy ganó una familia”.
Así, en una noche inolvidable, Valentín Vacherot no sólo conquistó Shanghái, sino también el corazón del tenis mundial, demostrando que las grandes historias nacen del esfuerzo, la fe… y los lazos que ni la competencia puede romper.