POR KUKULKAN
LA SERIE documental ‘PRI: Crónica del Fin’ tenía una tarea sencilla pero titánica: contar cómo cayó el partido que gobernó México durante casi todo el siglo XX sin que nos diera un ataque de risa o un ataque de ira. Y, para sorpresa de muchos, lo logra… a medias. Con cinco episodios, entrevistas exclusivas y un arsenal de archivos rescatados del sótano donde Televisa guarda sus VHS más comprometidos, la serie revive los mejores (y peores) momentos de ese engendro político llamado PRI, el Frankenstein tricolor que durante décadas se alimentó de poder, corrupción, traiciones, pactos aviesos con empresarios, medios de comunicación y hasta con el crimen organizado… todo, claro, por el bien del país.
A NIVEL narrativo, el documental brilla. La producción es impecable, los testimonios jugosos, y la reconstrucción histórica digna de una serie de Vix. Pero como buen relato institucional, deja claro que el PRI no sólo cayó por corrupto, impune o represor… no, también porque los tecnócratas se apoderaron del partido. ¡Válgame el neoliberalismo! Esa conclusión, que pretende ser el gran giro de guion, más bien suena a excusa tardía: el PRI no murió de viejo, murió de soberbia. Permitió que los mismos que firmaron el TLC, privatizaron todo lo que tenía tornillos y vendieron el país en cuotas, también tomaran el timón del partido. Resultado: naufragio. Y ni una sola condena.
AHÍ ESTÁ el verdadero punto ciego de la serie: nos cuenta cómo se cayó el PRI, pero se cuida de señalar con dedo firme a quienes entregaron el país a intereses privados y extranjeros. No vemos culpables, sólo “errores históricos”. No hay castigos, sólo “momentos difíciles”. Y eso, queridos lectores, no es historia: es un guion de relaciones públicas con nostalgia de poder. Que no se nos olvide: mientras Carlos Salinas convertía al PRI en sucursal de Wall Street y Peña Nieto lo usaba como agencia de colocación para amigos de Videgaray, el país se sumía en una crisis de desigualdad, violencia y pérdida de soberanía que hoy paga la Cuarta Transformación.
PORQUE SÍ, los errores del PRI no se enterraron con su derrota electoral: los estamos viviendo hoy. Seguridad devastada, estados fallidos, territorios en manos del narco y una economía que aún arrastra los vicios del neoliberalismo. Y ahora, con Morena al mando, pareciera que la historia amenaza con repetirse. La serie incluso deja un mensaje sutil, pero brutal: el error fue dejar que personajes ajenos a sus principios tomaran el poder en el PRI. Un espejo clarísimo para Morena, que en su afán por sumar, ha terminado reclutado cuadros panistas y priistas reciclados, expriistas “arrepentidos” y una fauna política que haría palidecer al zoológico del Salinato. Y ahora, como el PRI en los noventa, no sabe cómo desmarcarse de ellos sin desangrarse.
ESE ES el riesgo: que la transformación termine pareciéndose demasiado a lo que juró destruir. Y que el elefante reumático que antes simbolizaba la corrupción hoy simplemente haya cambiado de establo. En resumen; ‘Crónica del Fin’ es una producción valiosa, entretenida y oportuna. Pero su narrativa no deja de ser un guiño cómplice a los poderosos de siempre. Es una misa sin culpables, un funeral sin cadáver, una autopsia sin bisturí. Porque si el PRI murió… ¿dónde están los responsables? Y más importante aún: ¿quién garantiza que no esté reviviendo, con otro nombre y otro color, en el partido que hoy presume ser incorruptible?




