POR KUKULKAN
VAYA giro narrativo el que nos regaló la presidenta Claudia Sheinbaum: quien dijera que un huipil podía tener más filo político que un decreto presidencial. Ahora resulta que The New York Times, ese mismo periódico que ha pasado años haciendo de la Cuarta Transformación su punching bag favorito —acusando, sugiriendo, insinuando, ventilando sin pruebas conexiones con el narco—, ahora no encuentra palabras suficientes para alabar la elegancia de la jefa del Estado mexicano.
NO SE TRATA de una simulación: la mismísima Claudia Sheinbaum ha sido incluida en su lista de las 67 personas más estilosas del planeta en 2025. Y no por usar Dior ni Prada, sino por sus huipiles bordados por manos indígenas. Sí, el diario que publicó aquella célebre investigación que pretendía embarrar de fentanilo la investidura presidencial, hoy se rinde ante los hilos de Xochimilco, los bordados de Oaxaca y los hilos multicolores que ahora adornan el pecho del poder. ¿Contradicción? No. Jugada maestra.
SIN DECIR una sola palabra, Sheinbaum ha lanzado un mensaje que atraviesa fronteras, estereotipos y calculadoras editoriales: la moda también es poder, y el poder ahora se viste de telar. Mientras la derecha mexicana corre a las boutiques de Polanco a comprar vestidos “discretos pero firmes”, Claudia decide tejer su narrativa política con hilos de algodón teñido con historia, identidad y resistencia. Cada puntada sobre su blusa no es un ornamento, sino una declaración: aquí manda una mujer, científica, judía, y ahora también, icono de estilo para The New York Times. ¡Tómala!
PERO que nadie se equivoque. Esto no es un desfile de vanidades ni una frivolidad presidencial. En política, como en ajedrez, cada movimiento cuenta, y Sheinbaum entendió que la indumentaria puede ser más elocuente que cien discursos de Unidad Nacional. Usar diseños indígenas no sólo la conecta con el México profundo, también la distancia de la estética elitista, masculina y gris que por décadas dominó Los Pinos y Palacio Nacional. Y ahora, con un solo look bordado, convierte en fans a sus más críticos.
CLARO, no es la primera en hacerlo en el continente americano. Evo Morales y sus chompas andinas. Rigoberta Menchú y sus trajes ceremoniales. Incluso Michelle Obama usó la moda como mensaje. Pero Sheinbaum ha elevado el gesto a otro nivel: convertir la tradición en vanguardia política, el folclor en símbolo de Estado, y lo más irónico de todo, lograr que el mismo medio que la ha acusado de encubrir a narcogobiernos, hoy la exhiba en sus páginas de cultura y tendencias, como embajadora del buen gusto global.
EL TIMES, sin quererlo, le ha entregado un reconocimiento más útil que cualquier cobertura económica favorable: una narrativa estética con legitimidad internacional. ¿Y quiénes aparecen junto a ella? Rosalía, Carlos Alcaraz, Zendaya… puro jet set mediático. La científica de Tlalpan metida en esa lista suena a chiste, hasta que uno se da cuenta de que no hay nada accidental en ello.
¿Y QUÉ representa todo esto para México? Un país cuyo liderazgo ya no se presenta con trajes Armani ni discursos en inglés rebuscado, sino con voz firme y blusas de telar. Y no es sólo “lo mexicano” lo que se alaba, sino la forma en que se porta lo mexicano en el poder. Lo que antes era invisible, hoy marca estilo. Lo que antes era subalterno, hoy es aspiracional. Aunque ojo, la estética no sustituye a la ética.
LOS HUIPILES no absuelven, ni los bordados garantizan transparencia. El país necesita mucho más que imagen para transformarse. No basta con vestir al poder de pueblo: hay que gobernar con él, y para él. El gran riesgo será convertir lo simbólico en simulación. Porque si la moda es mensaje, también puede ser cortina. Por lo pronto, la presidenta ha demostrado que se puede marcar agenda internacional sin abrir la boca, sólo con el atuendo correcto. Y ha dejado al New York Times en la incómoda posición de tener que aplaudir aquello que siempre han tratado de desmontar: una transformación con rostro indígena y poder femenino.




