Por KUKULKÁN
¿QUIÉN necesita túneles secretos, avionetas del narco o disfraces de monja para escapar de la justicia mexicana cuando puedes salir caminando con un simple papel firmado por un juez? ¡Vaya país de oportunidades! Esta vez el protagonista del show no fue Joaquín “El Chapo” Guzmán ni algún pillo de poca monta, sino Zhi Dong Zhang, mejor conocido como “Brother Wang”, “Pancho” o simplemente el chino que se nos fue por la puerta grande.
ZHANG no es cualquier turista extraviado en Santa Fe. Es un presunto proveedor de fentanilo para los dos cárteles más poderosos de México: el de Sinaloa (CDS) y el Jalisco Nueva Generación (CJNG). Estados Unidos lo busca por traficar montañas de drogas: mil kilos de cocaína, 600 de metanfetaminas y casi dos toneladas de fentanilo. ¿Y qué hicieron las autoridades mexicanas con este distinguido huésped internacional? Pues lo mandaron a su casa. Literal.
UN JUEZ federal —del que curiosamente nadie se atreve a decir el nombre— tuvo el brillante momento de inspiración jurídica y le otorgó prisión domiciliaria. ¿Las razones? Dicen que constitucionales, pero en realidad parecen más propias de una serie de comedia negra. Zhang fue puesto bajo la “estricta vigilancia” de la Guardia Nacional, quienes, fieles a su fama de eficacia, lo dejaron escapar en sus propias narices. Dos horas anduvo suelto el chino, lo suficiente para dejar claro que, en México, hasta la seguridad tiene hora de comida.
LA PRESIDENTA Claudia Sheinbaum, visiblemente irritada en su mañanera, no escatimó en señalar lo que todo el país ya sospechaba: el juez actuó sin argumentos claros, sin atender la gravedad del caso y, sobre todo, sin pensar en las consecuencias. “¿Cómo es posible?”, cuestionó con tono de incredulidad. Pues señora presidenta, es México, y aquí los jueces y los fines de semana hacen una dupla infalible para la impunidad.
LOS FAMOSOS “sabadazos” —esas resoluciones judiciales exprés que liberan criminales justo cuando la Fiscalía cierra por descanso— han evolucionado. Ahora ya no necesitas ni sábado. Cualquier día hábil, con el amparo correcto y el argumento bien disfrazado de legalidad, puedes cambiar una celda por una cómoda residencia con vistas a Santa Fe. Claro que, después de la fuga, todos se lavan las manos: que si fue error de Guardia Nacional, que si el juez no tenía todos los datos, que si el Consejo de la Judicatura va a “investigar”.
¡PURAS formalidades! Porque en el fondo, todos saben que esto no fue un accidente, sino un patrón. No es el primer caso, ni será el último, en que los delincuentes reciben más consideración que las víctimas o que el Estado de derecho. Zhi Dong Zhang fue recapturado, sí, pero eso no borra el hecho de que el Poder Judicial, una vez más, quedó en ridículo. Y ni hablar de la Guardia Nacional, que parece más un cuerpo de guardia para la siesta que un organismo de seguridad.
¿QUIÉN va a responder por esto? ¿Quién firmó la orden? ¿Quién fue el brillante jurista que consideró que un traficante internacional debía pasar sus días bajo techo, viendo Netflix y tomando té de jazmín? Mientras esas respuestas se pierden en el silencio de los pasillos judiciales, queda claro que la justicia en México se negocia, se interpreta y se redacta con letra chiquita. El caso “Brother Wang” es un nuevo episodio de una vieja serie: una justicia que se dobla, pero no precisamente para servir al pueblo.