POR KUKULKAN
TREINTA y un años después de aquel mediodía polvoriento en Lomas Taurinas, la historia vuelve, como mal karma, a picar la conciencia colectiva del país. Pero esta vez no trae teorías ni documentales, sino a un hombre de carne y hueso: Jorge Antonio Sánchez Ortega, el “agente fantasma”, reapareció en Tijuana con la misma discreción con la que desapareció, tras ser señalado y misteriosamente liberado como el segundo tirador en el magnicidio de Luis Donaldo Colosio en 1994.
EL MISMO que tenía sangre del candidato en la ropa, rastros de pólvora en las manos, y que fue liberado, nada más y nada menos, por órdenes de Genaro García Luna, entonces joven promesa del CISEN y ahora estrella de la justicia estadounidense. Una figura que, al igual que muchos protagonistas de esta tragedia nacional, acabó exportada en cajas judiciales rumbo al norte.
PERO volviendo al ‘viejón’. Sánchez Ortega, quien al momento del asesinato era parte del cuerpo de seguridad del candidato (qué reconfortante saber que estaba en buenas manos), vivía tranquilamente como director de una empresa con nombre de whisky caro, Peak Grovut Capital, hasta que la Interpol decidió interrumpir su retiro dorado con una ficha roja cortesía de la FGR. Lo detuvieron en Los Reyes, Tijuana, justo donde comenzó este oscuro capítulo de la historia reciente mexicana ¡Qué poético!
EN 1994, todo fue una coreografía macabra. En calidad de coordinador de la campaña, Ernesto Zedillo entonces cambió la ruta de Colosio hacia una colonia sin salidas rápidas. Le negaron un templete. Lo subieron a una camioneta. Lo bajaron. Lo expusieron. Y cuando el “Diamante” de seguridad se rompe, dos disparos. El primer sospechoso, Mario Aburto, fue linchado por la multitud, entregado a la autoridad y convenientemente convertido en “el asesino solitario”. Uno que, según su propia versión inicial, no recordaba nada… porque “le dieron algo en el agua”. México mágico.
ABURTO gritaba que no fue él. Que fue “el viejón”. Pero al viejón lo sacaron por la puerta trasera, cortesía de Genaro García Luna, quien lo escoltó rumbo a la CDMX como quien recoge al compadre en estado inconveniente de una cantina. Desde entonces, nadie supo más de él. Hasta hoy. Ahora bien, ¿por qué reaparece este personaje cuando estamos en plena transición de poder? Porque mientras algunos jueces decían que reabrir el caso Colosio era “motivación política” de AMLO, Claudia Sheinbaum sí lo hizo. Y con eso, volvió a mover piezas que habían quedado fosilizadas en el tablero.
COMO era de esperarse, los voceros de siempre corrieron a gritar “cortina de humo”, porque parece que cuando se captura a un presunto asesino de Colosio, lo importante es si esto opaca la nota de otro crimen. Como si todo tuviera que ocurrir en fila, con número de ficha y sin solapamientos narrativos. Claro, el presidente municipal de Uruapan fue asesinado y, oh sorpresa, salió en video paseándose con los mismos dinosaurios del PRI que besaron a Colosio antes de empujarlo a la fosa política y literal. ¿Coincidencias? México no cree en ellas.
LA DETENCIÓN del “viejón” abre una puerta largamente clausurada. ¿Hablará? ¿Confesará? ¿A quién arrastrará consigo? Y es que mientras la narrativa oficial se sostenía sobre una pirueta imposible (que Aburto giró casi 360 grados para rematar a Colosio), la realidad parece estar saliendo del congelador. Si Sánchez Ortega canta —y no le “dan algo en el agua”— este país podría escuchar la sinfonía más amarga de su historia reciente. La que revela que el asesinato de Colosio no fue un acto de locura individual, sino una acción concertada, autorizada y ejecutada desde las entrañas del poder.




