Por KUKULKÁN
CUANDO la entonces candidata Claudia Sheinbaum hablaba con entusiasmo de la reforma judicial, lanzaba una imagen casi poética: “Que lleguen muchas y muchos Benito Juárez a la Suprema Corte de Justicia”. Aplausos, ovaciones, y una promesa que olía a idealismo republicano con aroma a 4T.
EL CASO es que sí llegaron. O al menos uno llegó. Y como buen Benito del siglo XXI, entró por la puerta grande… directo a la presidencia del máximo tribunal, en un sistema donde las mujeres son mayoría, pero el que manda sigue siendo hombre.
SE LLAMA Hugo Aguilar Ortiz, y ni Benito, ni liberal, ni tan conocido como para llenar espectaculares. Pero ganó. Ganó porque sacó más votos que nadie en la elección de la Corte. Y por eso, según el artículo 94 de la Constitución, le toca presidir la SCJN por los próximos dos años.
FIN de la narrativa rosa. Adiós al momentum histórico para las mujeres. Llegó el primer Benito y, para sorpresa de nadie, tomó el control en cuanto cruzó la puerta. La ministra Lenia Batres, que quedó en segundo lugar, podrá sentarse en la silla presidencial en 2027… si es que el sistema lo permite.
PORQUE aquí, aunque las mujeres hayan llenado cinco de nueve posiciones en la Corte, la presidencia no se reparte por cuota, sino por mayoría. Y así lo confirmó, sin adornos ni feminismo de ocasión, Guadalupe Taddei: “El que tenga mayoría de votos tiene la calidad de presidente de la Suprema”. Cruda, directa, constitucional.
Y CLARO, la anécdota no es menor. Porque mientras Sheinbaum prometía una nueva era judicial con sabor a independencia y paridad, el primer fruto fue un hombre encumbrado en un órgano lleno de mujeres, lo que se considera un maleficio. Como si el sistema no pudiera resistirse a hacer su vieja jugada: cambiar todo para que nada cambie.
PERO no hubo escándalo, no hubo hackeos exitosos ni broncas en la calle. Todo en calma, todo legal. Pero también todo calculado. En esta nueva era del poder femenino, el patriarcado ya no se impone a gritos: se acomoda por la vía democrática, se disfraza de mayoría y se declara con actas de validez. La reforma cumplió su cometido: más mujeres en la Corte. Pero el que toma el mazo, el que preside, el que manda… sigue siendo un Benito.
Y ESO que el padrón electoral está compuesto mayoritariamente por mujeres. Ellas votaron más, ellas participaron más… pero al final, el voto mayoritario fue para un hombre. Un oaxaqueño de extracción indígena que, sin gran escándalo mediático ni apellidos pesados, terminó convirtiéndose en la primera figura del nuevo Poder Judicial. ¿La razón? Puede ser el simbolismo, puede ser la novedad. Pero también puede ser el hartazgo.
PORQUE si algo dejó claro la gestión de Norma Piña al frente de la Corte, es que tener una mujer al mando no garantiza ni cercanía con el pueblo ni lealtad a la transformación. La ministra Piña se convirtió, sin disimulo, en el ariete técnico de la derecha judicial. Con su independencia ruda y su estilo autoritario, fue más bandera del conservadurismo togado que representante del cambio. Esa sombra también jugó en la boleta.
ASÍ QUE quizá los votantes, hombres y mujeres por igual, decidieron que era tiempo de algo diferente. No sólo en género, sino en fondo. Y votaron por alguien que representa otra historia: la de un país profundo, menos mediático, más invisible. Irónicamente, fue la mayoría femenina del padrón la que le entregó a Hugo Aguilar Ortiz la presidencia de una Corte dominada por mujeres. En esta elección, lo simbólico pesó tanto como lo jurídico… y quizá, también, como lo político.