- Entre hilos y raíces: el bordado maya florece en la selva con respaldo de Anahí González.
RAQUEL FIERRO SYMONDS
SABÁN, Q. ROO.— El sol cae a plomo en la comunidad de Sabán, en pleno corazón del municipio de José María Morelos. El aire es denso, húmedo, y huele a tierra viva. A nuestro alrededor, el verde de la selva maya envuelve los caminos de terracería donde las casas de concreto y palma resguardan un tesoro silencioso: manos que bordan historias, mujeres que resisten.
Este jueves y viernes, en medio de ese calor que parece abrazarlo todo, la senadora Anahí González Hernández llegó hasta aquí, con el rostro empapado en sudor y los pies sobre tierra rojiza, para escuchar de viva voz a las mujeres bordadoras, guardianas de una tradición que no se rinde ante el olvido ni el comercio desechable.
“El bordado maya no es solo arte: es resistencia, identidad y legado”, dijo, mientras las mujeres le mostraban sus huipiles llenos de flores, grecas y aves que parecen saltar del lienzo. Una de ellas, doña Melina, explicó que cada vestido tarda semanas en hacerse. “No hay máquina que lo haga igual, porque aquí no se cose: aquí se cuenta”, dijo, acariciando una tela que parecía tener alma.
La senadora, fundadora de Morena en Quintana Roo, insistió en que el respaldo a este trabajo no debe quedarse en discursos ni en vitrinas turísticas. “Estas piezas son siglos de historia bordados con dignidad. Debemos proyectarlas al mundo con respeto y justicia”, afirmó, al tiempo que hablaba sobre su iniciativa legislativa para proteger las artesanías auténticas frente a productos industrializados.
La gira continuó en el municipio de Felipe Carrillo Puerto, más adentro de la región conocida como Maya Ka’an, donde el sol no da tregua y la selva huele a copal y hojas húmedas. Ahí, en la comunidad de X-Pichil, la senadora no solo observó: vivió.
Primero se unió a la experiencia “Ko’ox Chuy”, donde con aguja e hilo intentó replicar los bordados guiada por el Colectivo Lool Chuy. “No solo bordamos con hilo: tejimos memoria, cultura y legado”, dijo tras terminar su primera flor imperfecta, pero hecha con respeto.
Luego, montó una bicicleta oxidada para recorrer senderos entre casas, milpas y leyendas. En la actividad “Tzikbal Kaj”, escuchó cuentos en lengua maya, contados por doña Constancia González en su corredor sombreado. Las palabras eran antiguas, pero la emoción era presente. “Las historias aquí no se leen: se sienten”, dijo, sentada entre niñas que también escuchaban con los ojos muy abiertos.
Finalmente, la experiencia “Ko’ox Janal” cerró el ciclo: en un patio trasero y sobre brasas enterradas, la senadora cocinó junto a doña Justina Chuc, maestra de la cocina tradicional. Prepararon el X-tdzitobiíb, platillo que brota del corazón de la tierra. Alrededor del fuego, entre risas y tortillas recién hechas, se habló de orgullo, de herencia, de futuro.
En cada encuentro, Anahí González reiteró que la Revolución del Bienestar que impulsa tiene rostro, acento y sabor maya. Que la prosperidad no llegará desde fuera, sino desde adentro, si se cuida y se proyecta lo propio. Que Maya Ka’an, más que un destino turístico, es una forma de resistencia viva.
Las mujeres que la escuchaban no pedían caridad, pedían espacio. Visibilidad. Justicia comercial. Y en el calor espeso de la selva, entre bordados y relatos, lo que florecía no era solo el arte: era la esperanza de que finalmente, se borda también un camino hacia la dignidad.
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