Por KUKULKÁN
LA JUSTICIA mexicana tenía fama de moverse con la agilidad de un elefante en pantano. Ahí está el caso de Genaro García Luna, el súper policía de Felipe Calderón, que logró mantenerse fresco, elegante y sin esposas durante años, a pesar de que los sospechas sobre sus vínculos con el Cártel de Sinaloa circulaban más que los taxis en el Periférico. El hombre dejó su cargo en 2012 y no fue sino hasta diciembre de 2019 cuando la justicia estadounidense —no la mexicana— decidió ponerle un alto. Siete años de vida cómoda, entre Miami y conferencias donde se daba el lujo de hablar de seguridad como si no fuera protagonista de la novela negra que hoy lo tiene condenado a 38 años de prisión.
SIETE años. Ese fue el tiempo que tardó el aparato judicial en moverse contra el funcionario que manejaba los hilos de la “guerra contra el narco”. Y para colmo, ni siquiera fue en México donde le cayeron, sino en Texas, gracias a fiscales norteamericanos que, a diferencia de los nuestros, no se detuvieron a tomar cafecito mientras revisaban el expediente.
AHORA demos un salto hasta 2025 y comparemos con el caso de Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad de Tabasco y cariñosamente apodado “El Abuelo” o “Comandante H”. El hombre también se creyó intocable, al grado de huir de México y refugiarse en Paraguay, donde se instaló en una casa de lujo con piscina, como si el agua clorada fuera a borrar las órdenes de captura en su contra.
NO SÓLO se paseaba con descaro: intentó, nada menos, que instalar una red criminal en territorio paraguayo. Es decir, de prófugo pasó a emprendedor del crimen internacional. Pero aquí la historia cambia de tono: apenas siete meses después de su fuga, ya estaba esposado en Asunción, gracias a una operación conjunta entre México y Paraguay. Ni siete años, ni novelas interminables: siete meses.
¿Y QUÉ diferencia hace todo esto? Pues que, mientras García Luna tuvo tiempo suficiente para crear consultoras de seguridad, pasearse por foros internacionales y hasta invertir en bienes raíces en Florida, Bermúdez apenas alcanzó a desempacar las maletas, inflar los flotadores de la alberca y empezar a mover dinero sospechoso antes de que lo rastrearan.
LA IRONÍA es brutal: a García Luna lo atrapó la justicia extranjera, mientras que a Bermúdez lo hundió la insistencia del gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum en mostrar que la política de “cero tolerancia” contra exfuncionarios ligados al crimen no es sólo un eslogan para pancartas. El mensaje es claro: quien intente repetir la jugada de escapar con fuero invisible y conexiones, terminará fotografiado con uniforme carcelario antes de que se le acabe el bronceador.
CLARO, no todo es mérito de la Fiscalía mexicana. En el caso de Bermúdez, las autoridades paraguayas jugaron un rol central: lo detectaron gracias a movimientos financieros irregulares y al antecedente incómodo de su sobrino, detenido previamente por apuestas ilegales. Pero la coordinación internacional y la rapidez con la que se giraron órdenes de localización hablan de un cambio en la estrategia mexicana. Ya no se dejan dormir por siete años como con García Luna.
¿SIGNIFICA esto que la justicia mexicana se ha convertido en Usain Bolt? No exageremos. La captura de Bermúdez es también una jugada política: un golpe mediático que refuerza la narrativa presidencial de Sheinbaum en un momento en que la oposición busca colgarle cualquier sombra de complicidad. Y vaya que la sombra existe: no hay que olvidar que Bermúdez fue designado en Tabasco bajo la gestión de Adán Augusto López, hoy senador y figura incómoda para Morena.
PERO lo que no se puede negar es que la imagen es contundente: mientras García Luna acumuló siete años de impunidad y protección bajo el sol de Miami, Bermúdez apenas acumuló siete meses de fuga antes de caer con todo el peso de la ley. La moraleja: en el México de hoy, la alberca en Asunción dura menos que un whisky en la mesa de un político en campaña. Y quien crea que puede seguir el manual de García Luna para huir de la justicia, que lo piense dos veces: las fichas rojas ya no son adorno, y la paciencia de la 4T para con sus viejos aliados prófugos parece haberse agotado.