- La primera Sala de la SCJN desechó el amparo solicitado por papá abusador que pretendía eludir la pena máxima en el delito de ‘abusos deshonestos agravados’ en contra de su hija.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- En México, hay verdades que se guardan en silencio. Se ocultan entre paredes familiares y se diluyen en el tiempo, especialmente cuando las víctimas son menores de edad. Una mirada, una caricia indebida, una conducta inadecuada que no se puede olvidar… pero tampoco explicar con fechas exactas. ¿Qué sucede cuando el abuso sexual infantil no puede ser narrado con precisión? ¿Y qué ocurre cuando la justicia se enfrenta a un testimonio fragmentado pero profundamente verídico?
El pasado 28 de mayo de 2025, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resolvió un caso que es reflejo de muchas historias que permanecen en la oscuridad: un hombre fue acusado y sentenciado por abusos deshonestos agravados contra su propia hija menor de edad. Aunque ella no logró especificar con precisión cuándo ocurrieron los hechos, su testimonio fue contundente. El acusado, sin embargo, impugnó la resolución alegando violaciones a sus derechos procesales y a la presunción de inocencia.
Pero la Corte fue clara: sí es constitucional sancionar este tipo de delitos aún cuando la víctima, por su vulnerabilidad, no pueda detallar el tiempo exacto de los abusos. La decisión marcó un precedente: el interés superior del menor y la protección de su integridad deben prevalecer cuando su desarrollo emocional y psicológico ha sido afectado.
En palabras más simples: no todos los niños pueden decir cuándo pasó, pero eso no significa que no haya pasado.
La resolución de la Corte no solo reafirma el castigo a quien comete estos actos en repetidas ocasiones, sino que también reconoce que exigirle a una niña o niño revivir cada instante con precisión sería una forma más de violencia. No se trata de dejar indefenso al acusado —pues el Ministerio Público sigue obligado a probar el delito—, sino de entender que el testimonio de una víctima infantil no puede medirse con la misma regla que el de un adulto.
En miles de hogares mexicanos, este tipo de casos son comunes y muchas veces ignorados. Son historias que no salen en los noticieros, que se quedan en susurros familiares, en miradas evasivas, en comportamientos que los adultos no saben cómo interpretar. Pero hoy, la Suprema Corte les ha dado voz.
Es un paso importante de la justicia mexicana hacia un sistema legal más humano, más empático y más consciente de las cicatrices invisibles que deja el abuso sexual infantil.