Por KUKULKÁN
EN POLÍTICA siempre hay espacio para el humor involuntario, ese que brota cuando un opositor suelta frases tan disparatadas que terminan convertidas en caricatura. Tal es el caso de Rubén Moreira Valdez, experimentado sobreviviente del PRI, quien ahora nos regaló una joya: según él, los millones de mexicanos que reciben apoyos sociales son víctimas de la “ilusión monetaria del bienestar”. En otras palabras, todo es un espejismo, una trampa del gobierno para hacerles creer que tienen más de lo que realmente poseen.
EL ARGUMENTO sería gracioso si no viniera de alguien que participó en los gobiernos que convirtieron a México en un país de desigualdades obscenas, pobreza normalizada y corrupción institucionalizada. La ironía es que Moreira se atreva a hablar de ilusiones, cuando durante décadas su partido y sus aliados del PAN se especializaron en vender espejitos: promesas de crecimiento que nunca llegaron, reformas que “modernizarían” al país y que sólo modernizaron los bolsillos de unos cuantos, y programas sociales tan raquíticos que parecían limosna disfrazada de política pública.
LO QUE Moreira llama ilusión, millones de mexicanos lo llaman dignidad. Las pensiones para adultos mayores, las becas para jóvenes, los apoyos para personas con discapacidad, no son trucos de magia ni espejismos contables. Son recursos que llegan directo, sin intermediarios, sin moches, sin gestores que luego cobraban el favor en las urnas. Por primera vez, una parte significativa de la riqueza nacional se reparte abajo, en lugar de quedarse arriba esperando que por obra divina gotee hacia abajo.
CLARO, para Moreira y compañía esa redistribución es peligrosa. No porque no funcione, sino porque funciona demasiado bien. Porque crea lealtades genuinas, no forzadas. Porque cuando una abuela recibe mes con mes su pensión, agradece al Estado, no al partido político que antes se aparecía con la despensa electoral. Porque cuando un joven puede seguir estudiando gracias a una beca, empieza a ver en el gobierno un aliado, no un obstáculo. Y esa relación es lo que la derecha no tolera: que la gente de a pie tenga memoria y, peor aún, gratitud.
HABLAN de “enseñar a pescar” como si en sus gobiernos hubieran repartido cañas y redes en cada esquina. La realidad es que entregaban anzuelos oxidados, cuando no los vendían al mejor postor. Y mientras tanto, ellos pescaban a manos llenas en el río revuelto de la corrupción. Pretenden ahora darnos lecciones de sostenibilidad, cuando el saqueo de décadas sigue siendo el mayor lastre que carga el país.
EL FONDO del asunto es que la derecha mexicana vive en su propia burbuja, en una especie de nostalgia dorada por los tiempos en que decidir sobre el destino del país era su privilegio exclusivo. No soportan que hoy millones de personas pobres tengan un ingreso garantizado, aunque sea modesto, que les da autonomía frente al clientelismo político. Para ellos, esa realidad es incomprensible, porque nunca imaginaron a los pobres como sujetos de derechos, sino como votantes manipulables.
LA ILUSIÓN no está en la mente de quienes reciben un apoyo social y con eso logran comprar medicinas, pagar la luz o darle de comer a sus hijos. La verdadera ilusión es la que padecen Moreira y sus colegas del PRIAN: creen que el país puede volver al pasado, que el pueblo olvidará el saqueo, que los privilegios de antes volverán intactos. Esa sí es una ilusión óptica, una alucinación colectiva de quienes confunden su nostalgia con viabilidad política.
Y MIENTRAS ellos discuten sobre espejismos, la realidad avanza. La Cuarta Transformación, ahora con Claudia Sheinbaum al frente, no necesita inventar fantasías: le basta con mostrar resultados. La derecha puede seguir soñando con Noruega y repitiendo discursos de Harvard, pero los mexicanos seguirán valorando lo tangible: la seguridad de tener un ingreso que antes se les negaba.
ASÍ QUE, señor Moreira, gracias por el chiste. La “ilusión monetaria del bienestar” se parece mucho a esas ilusiones que inventaban sus gobiernos para justificar por qué la riqueza nunca llegaba abajo. La diferencia es que ahora no hablamos de ilusiones, sino de realidades palpables. Y esas, por más que les incomode, llegaron para quedarse.