Generación Z… de zánganos políticos

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POR KUKULKAN

EN EL LABORATORIO global de la ingeniería política moderna, las llamadas Revoluciones de Color son el nuevo “golpe de Estado gourmet”: no necesitan tanques ni balas, basta con hashtags, camisetas uniformadas y un ejército de influencers indignados. En Georgia fue la de las Rosas, en Ucrania la Naranja, en Kirguistán la del Tulipán. Todas compartían un mismo ADN: la bandera del cambio democrático ondeada con fondos extranjeros y el objetivo, casi siempre, de descarrilar a gobiernos incómodos para las potencias o los intereses corporativos.

EN MÉXICO, la historia parece repetirse, aunque con los matices del trópico y la idiosincrasia del meme. Tras siete años de la Cuarta Transformación —ese terremoto que movió los cimientos de los privilegios de la oligarquía—, la derecha y sus aliados de siempre no se resignan a perder el monopolio del poder ni de los contratos. Primero intentaron una versión soft de revolución de color con la llamada Marea Rosa, esa procesión de playeras fosforescentes encabezada por Claudio X. González, los partidos del PRI, PAN y PRD y un séquito de opinadores que juraban defender la democracia… aunque en realidad defendían sus dividendos.

EL GUION era de manual: un color uniforme, un enemigo claro (el gobierno), un discurso de salvación y, detrás del telón, la maquinaria mediática amplificando el “clamor ciudadano”. El problema es que la Marea Rosa terminó en espuma. Ni golpe blando ni tsunami: apenas un chapuzón mediático con fotos para Instagram y selfies con políticos reciclados.

PERO la derecha nunca duerme, sólo cambia de estrategia. Y ahora ha puesto su mira en la llamada Generación Z, esos jóvenes que crecieron entre TikTok y la precariedad laboral, creyendo que pueden derrocar gobiernos desde un trend

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ASÍ NACIÓ la “marcha de los jóvenes” convocada para el próximo 15 de noviembre, presuntamente espontánea, apartidista y apolítica —como todas las revoluciones de color antes de mostrar sus verdaderos tonos partidistas. Sin embargo, la historia tuvo un giro inesperado. Este sábado 8 de noviembre, un grupo de unos 300 jóvenes se adelantó y marchó desde el Ángel de la Independencia hacia el Zócalo, proclamándose la “auténtica Generación Z”. Exigieron seguridad, denunciaron la manipulación de la marcha del 15 y portaron banderas de One Piece, esa animación sobre piratas que quizá sea la metáfora más honesta de esta trama: unos buscan el tesoro del poder, otros sólo navegan sin brújula. 

SEGÚN las autoridades, la movilización del 8 fue pacífica y sin incidentes. Un desfile de jóvenes confundidos entre consignas dispersas —inseguridad, corrupción, jornada laboral de 40 horas— y un mensaje común: no queremos que nos usen. Porque, en el fondo, lo que se disputa no es sólo la narrativa del color, sino la propiedad simbólica de una generación. Bajo este contexto, la derecha afila su próximo acto. Con el fracaso de la Marea Rosa y el pobre eco del 8-N, intentará el 15 una réplica nacional que huela a frescura juvenil, aunque detrás asomen las viejas manos de los partidos y empresarios que no perdonan que el gobierno haya puesto por delante a los pobres y no a los banqueros. 

LES URGE una revolución de color pastel que maquille su rancio conservadurismo con filtros de TikTok. El problema para ellos es que en México los colores ya están ocupados. Aquí el verde, blanco y rojo representan independencia; el guinda, transformación; y el rosa, últimamente, desconfianza. No basta con pintarse de moral ni cubrirse con pancartas fluorescentes para fingir pureza democrática. Las verdaderas revoluciones no se imprimen en playeras: se sienten en la panza vacía de los que antes fueron invisibles.

A PESAR de ello, todavía hay quienes sueñan con importar revoluciones de catálogo desde Washington o Bruselas, pero en las calles del país los jóvenes reales —los que madrugan, estudian y sobreviven con sueldos de miseria— siguen esperando que alguien los escuche más allá del color de su camiseta. Si de colores hablamos, México ha demostrado que no necesita copiar tonalidades ajenas: ya tiene su propia paleta. La derecha puede insistir en pintar el país de rosa o de blanco, pero mientras no ofrezca un proyecto alternativo, la mayoría seguirá eligiendo el tono que más teme la oligarquía: el guinda de la transformación.

@Nido_DeViboras

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