Por KUKULKÁN
Y SE CUMPLIÓ la profecía naranja: el presidente Donald Trump, en su cruzada nacionalista de “America First” versión 2.0, cumplió su amenaza y adelantó la aplicación del arancel del 25% a los vehículos importados desde México. Sí, esos mismos que millones de estadounidenses manejan a diario sin saber (o sin querer saber) que fueron ensamblados justo al sur del río Bravo.
LA MEDIDA, como todo lo que hace Trump, fue vendida como una defensa heroica de la industria automotriz nacional, pero en realidad terminará siendo una cachetada para el bolsillo del ciudadano promedio en Detroit, Miami, Houston o cualquier ciudad donde los autos hechos en México reinan por precio y confiabilidad.
VEAMOS los números: de los 3.4 millones de autos que México exportó en 2024, casi el 80% cruzaron la frontera hacia Estados Unidos. Entre ellos, modelos populares como la Toyota Tacoma, la RAM 2500, la Chevrolet Equinox y el Kia Forte. Todos ellos, fabricados en suelo mexicano por manos expertas y a precios razonables para el mercado estadounidense.
EL COSTO promedio de un auto exportado desde México estaba en 15,750 dólares. Nada mal para el consumidor americano que busca un vehículo confiable sin tener que hipotecar su alma. Pero con el arancel impuesto por la Casa Blanca, el precio sube automáticamente a 19,500 dólares. Es decir, un aumento de casi 4,000 dólares por vehículo.
¿Y QUIÉN va a absorber esa diferencia? Spoiler alert: no serán las automotrices. Ellas trasladarán el incremento al consumidor final, ese que ya sufre con tasas de interés más altas y salarios estancados. El castigo económico lo paga el comprador común, no el magnate en Wall Street que viaja en helicóptero.
PERO eso no es todo. Las marcas más afectadas por esta medida no son cualquieritas: General Motors, Ford, Nissan, Stellantis, Volkswagen, Toyota, Kia, Honda, Mazda y hasta BMW y Mercedes-Benz tienen líneas de producción en México. Y todas ellas dependen de la integración productiva entre ambos países, una herencia directa del ya vilipendiado (pero funcional) T-MEC.
POR EJEMPLO, en 2024 General Motors exportó más de 716,000 vehículos desde México hacia Estados Unidos. Ford, más de 350,000. Nissan, más de 320,000. No es cualquier cosa. Y ahora, gracias a un capricho político, esos autos costarán más, en un mercado donde la competencia global no espera y donde los consumidores sí comparan.
EL IMPACTO es doble: se encarece el producto final en Estados Unidos y se pone en riesgo la competitividad de plantas en México que han generado empleos estables, inversión tecnológica y encadenamientos productivos. En lugar de fortalecer la región como bloque económico, Trump opta por dinamitar el puente… desde el lado gringo.
EL DAÑO colateral es claro: la clase media estadounidense. Esa que necesita un auto para ir al trabajo, para llevar a los niños a la escuela o para sobrevivir en ciudades con transporte público ineficiente. Esa clase media que creyó en Trump la primera vez y que ahora tendrá que pagar más por el mismo auto que antes le alcanzaba. Mientras tanto, en México, las armadoras harán sus cuentas. Algunas moverán producción. Otras reconfigurarán sus rutas. Pero quien de verdad verá el golpe es el consumidor final, ese que en plena inflación y crisis del poder adquisitivo ahora deberá pensar dos veces antes de cambiar su coche.
Y AUNQUE Trump venda esta guerra de aranceles como un acto patriótico, la verdad es que termina siendo una política torpe, miope y profundamente anti-consumidor. Porque si de algo vive el capitalismo estadounidense, es del consumo. Y si haces más caros los autos… pues menos gente podrá comprarlos.
