Por KUKULKÁN
SI EN ESTE país existiera un premio a la desmemoria selectiva, el senador Ricardo Anaya sería firme candidato, y no porque le falte talento, sino porque ha hecho de la amnesia política un arte refinado. Ahora, con una solemnidad digna de quien ha olvidado su propio pasado, se trepa al podio del Senado para advertirnos —¡oh, pobres mortales!— sobre la catástrofe económica que se viene con los aranceles de Trump y la “irresponsabilidad triunfalista” del gobierno de Claudia Sheinbaum.
CON LA MIRADA grave y el ceño fruncido, Anaya nos recetó a los mexicanos su evangelio del realismo fiscal, como si nunca hubiera sido parte de ese México de recortes brutales, gasolinazos y reformas “estructurales” que prometieron el paraíso neoliberal y nos dejaron comiendo tortillas con sal. ¿Qué es eso de advertirle al pueblo mexicano sobre hambre y desempleo? ¿A poco cree que no sabemos lo que es eso? ¿Acaso no sabe cómo sobrevive el pueblo?
POR FAVOR, señor senador, no nos vengan con el petate del muerto. Aquí, los verdaderos sobrevivientes son los de abajo, los que han capeado crisis, devaluaciones, despidos y promesas rotas sin conferencias de prensa ni cámaras en HD. Los que con una dieta frugal —a veces más forzada que voluntaria— han salido adelante, mientras usted y sus colegas de la “oposición responsable” estaban más ocupados en sus trifulcas internas que en construir una alternativa seria.
AHORA resulta que Anaya viene a descubrir el hilo negro: que exportamos casi todo a Estados Unidos, que el T-MEC está en jaque, que el Plan México es “una colección de vaguedades” (como si en la forma no fuera lo mismo que presentaban ellos, sólo que con logotipo azul). Qué conveniente es gritar “¡cuidado con la crisis!” desde la comodidad del escaño, mientras las familias mexicanas ya aprendieron a hacer milagros con el changarro, el Uber, el ‘tupper’ reciclado y los frijoles de ayer.
PERO lo más tragicómico es su súbita pasión por los “estímulos fiscales reales”, como si no recordara que, durante sus años dorados como delfín del PAN, los estímulos eran más bien para los grandes —grandes empresas, grandes fortunas, grandes amigos—, mientras a los pequeños se les medía con la vara de la austeridad inflexible. Y claro, no podía faltar la receta mágica: una “Ley de Impulso y Emergencia Económica”. Porque si algo le encanta a Anaya, es bautizar leyes que no ha leído completo, pero que suenan contundentes. ¿Se acuerdan del “México con Futuro”? Ahí está, junto al “México en Serio” y otros títulos de cartón piedra que nunca pasaron del PowerPoint.
ESO SÍ, en medio del apocalipsis que él mismo describe, nos recuerda que “quiere que le vaya bien a México”. Faltaba más. Es como el doctor que te diagnostica con cáncer en fase terminal y te desea suerte con una sonrisa de consultorio privado. Lo cierto es que los verdaderos expertos en sobrevivir no necesitan advertencias catastrofistas. Necesitan leyes claras, políticas reales y un poquito menos de cinismo. Porque México, ese al que Anaya pretende advertir como si fuera el oráculo de Delfos, ya ha sobrevivido a políticos como él. Y eso sí que es un milagro económico.