- Arranca en Senado foro la Semana de los Derechos Digitales con el reto de decidir si la inteligencia artificial, la neurotecnología y la computación cuántica estarán al servicio de la equidad o del privilegio.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- En un país donde los algoritmos se han vuelto más influyentes que muchos legisladores, el Senado de la República abrió sus puertas esta semana no sólo a la discusión, sino a la autocrítica. Porque hablar de derechos digitales en México no es solo hablar de cables, códigos y pantallas: es hablar de democracia, de polarización y del país fragmentado que construimos, tweet tras tweet.
La Semana de los Derechos Digitales arrancó entre discursos que sonaron más a diagnóstico que a celebración. Y no es para menos. En una nación atrapada en un debate binario —entre un bloque mayoritario de izquierda que gobierna con fuerza y un bloque minoritario de derecha que resiste en los márgenes— el ciberespacio ha dejado de ser neutral. Las redes sociales se han convertido en trincheras y el timeline en campo de batalla.
Luis Donaldo Colosio Riojas, presidente de la Comisión de Derechos Digitales, fue claro: la tecnología puede ser un puente o una muralla. Puede fortalecer instituciones, transparentar elecciones, distribuir recursos… o puede amplificar la desinformación, sembrar odio y erosionar la confianza pública. Lo digital ya no es opcional ni anecdótico: es la arena donde se disputa buena parte del poder simbólico y político.
El reto, subrayó Colosio, es claro: garantizar que las tecnologías sirvan a la democracia y no al revés. Que se respeten derechos como la libertad de expresión, la privacidad, la inclusión digital. Que el Estado deje de ser un espectador y se convierta en garante. Que el país conecte más allá del Wi-Fi: que conecte en ideas comunes, en consensos básicos, en un nosotros posible.
En los pasillos del Senado, entre talleres de alfabetización digital, foros sobre ciberseguridad centrada en las personas y exposiciones tecnológicas que podrían hacer sonrojar a Silicon Valley, flotaba una inquietud: ¿cómo defender derechos digitales en una sociedad tan dividida?
Si algo ha mostrado esta década digital, es que las herramientas tecnológicas son tan poderosas como peligrosas. En manos de la sociedad civil, iluminan causas, fiscalizan gobiernos, visibilizan abusos. En manos equivocadas, propagan noticias falsas, vigilan sin control, deshumanizan al adversario.
Andrés Morales, de la UNESCO, lo dijo sin rodeos: esta no es solo una discusión técnica, es una discusión moral. Se trata de decidir si la inteligencia artificial, la neurotecnología y la computación cuántica estarán al servicio de la equidad o del privilegio. Si la conectividad será un derecho o seguirá siendo un lujo para unos pocos.
En este contexto, hablar de polarización digital no es metafórico. Es real. Es el eco de un México que ha trasladado sus fracturas sociales al universo en línea. La derecha, debilitada pero combativa, encuentra en las redes su altavoz. La izquierda, con mayoría en el Congreso y presencia dominante en las plataformas, gobierna y comunica desde su propia burbuja. Mientras tanto, la ciudadanía observa, comenta, comparte, pero rara vez dialoga.
Por eso, como dijo Colosio, esta Semana no es solo una serie de eventos. Es una invitación —y quizá una advertencia—: o convertimos la tecnología en un espacio común, o seguiremos siendo una república hiperconectada y profundamente desconectada.
La democracia digital no se construye con fibra óptica. Se construye con voluntad política, con educación crítica, con políticas públicas que reconozcan que el futuro ya está aquí y que lo moldeamos entre todos… o alguien más lo hará por nosotros.
Y ese alguien, ya sabemos, no siempre respeta las reglas del juego. Ni en línea… ni fuera de ella.