El puño de hierro de Bukele: El descenso de El Salvador al silencio

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ROBERTO BECERRA

El aire en San Salvador se siente más pesado ahora, como si la verdad misma se quedara sin aliento. Nayib Bukele, el autoproclamado “dictador más cool”, ha reforzado su control, y el pulso del país se acelera bajo su sombra. El Salvador, otrora un campo de batalla de pandillas, ahora enfrenta un nuevo tipo de asedio: uno donde la disidencia es el enemigo y el silencio la ley. Esto no es una simple represión; es un estrangulamiento calculado de la libertad. Pero esto no termina aquí; hay más.

El ascenso de Bukele fue meteórico. En 2019, llegó al poder con el 53% de los votos, prometiendo controlar a las pandillas que desangraban a El Salvador. Su “estado de excepción” en 2022, extendido a su cuarto año, resultó en 80,000 arrestos —el 12% de la población masculina adulta— recluidos en la infame megaprisión CECOT. Los homicidios se desplomaron un 70% para 2024, lo que le valió un 85% de aprobación. Las calles se sentían más seguras, pero ¿a qué precio? Las cifras no mienten: 1 de cada 50 salvadoreños vive bajo vigilancia o temor a una detención arbitraria. El milagro de seguridad de Bukele es un pacto fáustico, y el diablo está en los detalles.

Entra El Faro, el medio de investigación que se atrevió a desmentir el mito de Bukele. En mayo de 2025, lanzaron una bomba: videos de líderes de pandillas que afirmaban que el partido de Bukele había pagado votos y hecho tratos secretos con las maras. La respuesta fue rápida y brutal. Siete periodistas de El Faro —entre ellos, Efrén Lemus, Carlos Barrera y Víctor Peña— huyeron a Costa Rica, eludiendo órdenes de arresto. “Bukele ya no oculta su censura”, afirma Juan Pappier, de Human Rights Watch. “Este es un régimen que se nutre del miedo”. La sede de El Faro, ya exiliada en 2023, ahora opera desde el extranjero, un faro oscurecido por la tormenta de un dictador. Pero esto no termina aquí; hay más.

La última arma de Bukele es un proyecto de ley de “agentes extranjeros”, anunciado el 14 de mayo de 2025, haciendo eco del manual de Putin. Apunta a las ONG y los medios de comunicación que reciben fondos extranjeros, amenazando con la extinción al 20% de la sociedad civil de El Salvador. Los críticos lo llaman un golpe mortal al periodismo independiente. “Esto no es gobernanza; es una vendetta”, susurra un editor de San Salvador, cuyo único escudo es el anonimato. Los datos respaldan el temor: el 68% de los salvadoreños temen hablar, según una encuesta de 2024. Las publicaciones X de Bukele se burlan de las acusaciones, pero sus acciones gritan más fuerte. El arresto de cinco jefes de empresas de autobuses por desafiar una orden de tarifa gratuita demuestra que sus caprichos son ley. Se produjo el caos (autobuses abarrotados, paradas omitidas), pero Bukele lo presentó como un sabotaje. ¿El mensaje? Obedecer o desaparecer.

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El escenario internacional es cómplice. La oleada de cabildeo de Bukele, de 1.5 millones de dólares, aseguró una reunión en la Oficina Oval de Trump en abril de 2025, consolidando su papel como carcelero de Estados Unidos. Más de 200 deportados venezolanos, muchos sin vínculos comprobados con pandillas, se pudren en CECOT. Una demanda presentada ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exige su liberación, pero Bukele se burla. “Los terroristas se quedan”, declaró, ignorando una orden de la Corte Suprema de Estados Unidos para liberar a Kilmar Ábrego García, deportado injustamente. El mundo observa, pero ¿le importa? El modelo de Bukele —seguridad sobre libertad— inspira a peregrinos de derecha como Tucker Carlson y Matt Gaetz. El Salvador es su utopía, un estado policial pulido con bitcoin y turismo de surf.

Esta es la apuesta de Bukele: seguridad por silencio, prosperidad por obediencia. Pero aparecen grietas. El desempleo ronda el 7.8% y la migración a Estados Unidos persiste: 15,000 salvadoreños fueron detenidos en la frontera sólo en 2024. La economía se estanca y los rumores de corrupción se hacen más fuertes. «Bukele no es invencible», dice un activista desafiante desde la clandestinidad. «El miedo no puede durar para siempre».

Conclusión: El Salvador de Bukele es un castillo de naipes, construido sobre la base de la disidencia. No es sólo un presidente; es una advertencia. El mundo aplaude su mano dura, pero cuando los silenciados gritan, ¿quién escuchará?

Moraleja Política: En política, un bozal a la verdad es una soga a la libertad.

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