Por KUKULKÁN
PAÍS surrealista donde todo puede pasar y nada cambia, México es también la nación donde cientos de radios comunitarias existen, pero legalmente no existen. Transmiten, informan, educan, resisten… pero para la ley son poco menos que fantasmas del espectro, espíritus indeseables que incomodan a los dueños del micrófono. Mientras los grandes consorcios como Grupo ACIR, Radio Centro o MVS se pasean por el dial con la misma soltura con la que un senador cambia de bancada, las radios indígenas y afromexicanas siguen mendigando un lugar en la ley.
ASÍ ES, en pleno 2025, estas emisoras tienen que pedir permiso hasta para respirar. ¿Legalidad? ¿Acceso equitativo al espectro? ¡Qué ocurrencia! Eso está reservado para los que tienen dinero, apellidos compuestos o, en su defecto, una buena amistad en el IFT… bueno, perdón, en la nueva Agencia Digital, esa que todavía nadie entiende para qué sirve, pero a la que le quieren dar todo el control.
ESTE martes, en el Senado, se llevó a cabo la segunda mesa del cuarto conversatorio sobre la Ley en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión (sí, el nombre es tan largo como los trámites que enfrentan estas radios). Ahí, entre alfombras rojas y discursos sobreactuados, se escucharon las voces que normalmente no llegan a la tribuna: las de comunicadores comunitarios que operan emisoras desde cerros, selvas, y callejones donde lo único que abunda es el olvido.
KARINA Patrón, del Comité Nacional de Radios Comunitarias, soltó la bomba con la elegancia que da la rabia bien estructurada: pidió que se reimagine la radiodifusión indígena desde una perspectiva feminista, comunitaria e interseccional. Traducción: que dejen de tratarlas como delincuentes, como si usar el micrófono fuera un delito y no un derecho.
PERO no faltó el senador inquisitivo que, preocupado por la seguridad nacional, preguntó cuántas radios indígenas están “en manos del narco”. Porque claro, en un país donde los cárteles controlan municipios enteros, lo que realmente inquieta es si una radio comunitaria en zapoteco podría estar transmitiendo corridos prohibidos o mensajes cifrados desde la sierra. Prioridades, pues.
TAMBIÉN hubo espacio para el clásico “ya se está contemplando” de los legisladores. Y celebraron que, por primera vez, las radios indígenas estén “consideradas en la ley”. ¿Consideradas? ¡Ni siquiera están reconocidas plenamente como sujetos de derecho público! Siguen atrapadas en el limbo legal de ser asociaciones civiles, como si organizar una asamblea en la montaña fuera tan sencillo como ir al SAT a cambiar de régimen fiscal.
EL CONTRASTE con las grandes cadenas es insultante. Más de 1,700 estaciones comerciales gozan de todas las facilidades: concesiones ágiles, espectro garantizado, patrocinios millonarios. Mientras tanto, las radios comunitarias apenas alcanzan las 122 concesiones, y muchas más operan con el riesgo constante de ser sancionadas, clausuradas o ignoradas.
Y NI HABLAR del dinero. Las comunitarias no pueden vender publicidad como los grandes, no tienen derecho a subsidios estables, y cada trámite es una odisea burocrática que haría llorar a Kafka. Pero eso sí, cada vez que el gobierno necesita presumir inclusión, ahí están las radios comunitarias en la foto oficial, en el discurso bonito, en la mención simbólica del funcionario de turno.
EL COLMO fue escuchar a un experto en telecomunicaciones pedir “certeza jurídica para los peritos en radiodifusión”. Nada contra los peritos, pero qué bonito sería que primero se le diera certeza jurídica a las propias radios que hacen la chamba. Porque sin técnicos puede operar una radio, pero sin emisora legal, ¿qué regula el perito?
ASÍ VA el país: las grandes voces se blindan, y las pequeñas apenas sobreviven. La radiodifusión en México tiene nombre, apellido, y muchas veces, intereses. Mientras tanto, las voces que nacen de la tierra, que suenan en lenguas originarias, siguen esperando lo básico: existir en la ley. Pero claro, eso no da rating ni patrocinios.
BIENVENIDOS a la frecuencia prohibida. Sintonice bajo su propio riesgo.