Por KUKULKÁN
POCAS cosas emocionan tanto a la derecha mexicana como ver a la presidenta Claudia Sheinbaum en aprietos, aunque sea en su imaginación. Por eso, cuando se supo que Donald Trump canceló su reunión con ella en la cumbre del G7, la jauría se desató. ¡Oh, el gozo! ¡Oh, la dicha! ¡Oh, el “lo sabíamos”!
LOS OPINÓLOGOS de ocasión se lanzaron al teclado con la velocidad de un becario explotado. “Trump le pasa la factura a Sheinbaum”, exclamaron los titulares. “La deja vestida y alborotada”, vociferaron en redes.
PARA ellos, la imagen era irresistible: la presidenta mexicana abandonada en una sala de juntas vacía, mientras el magnate gringo partía rumbo a salvar el mundo. Lo que no contaron es que el motivo de la cancelación fue la creciente tensión en Oriente Medio, y no alguna maniobra diplomática de castigo. Pero cuando se vive atrapado en una narrativa, los hechos son meros estorbos.
LA IMAGINACIÓN de la derecha no tiene límites. Algunos incluso ligaron la cancelación a las acusaciones de Kristi Noem, esa inefable secretaria de Seguridad de EE. UU., quien acusó a Sheinbaum de azuzar protestas en Los Ángeles. “Trump se lo cobró”, dijeron.
Y COMO cereza en el pastel, recordaron la propuesta trumpista de gravar remesas y endurecer redadas. Todo junto, revuelto y servido en bandeja: “Sheinbaum, humillada”. Pero entonces sucedió lo impensable: la verdad. Resulta que Trump, ese mismo que supuestamente la había “desairado”, sí se comunicó con Sheinbaum… por teléfono. Una llamada de jefe de Estado a jefa de Estado, para tratar los mismos temas que se iban a abordar en persona.
Y ASÍ el globo se desinfló. Los titulares se borraron. El entusiasmo digital se esfumó. Donde antes había indignación festiva, quedó sólo el eco de una narrativa desmontada. Por supuesto, los opinadores no pidieron disculpas ni rectificaron. Eso no se estila. Algunos simplemente ignoraron la existencia de la llamada. Otros la minimizaron como si una conversación entre dos mandatarios fuera un chat de WhatsApp sin importancia.
LO CIERTO es que Sheinbaum mantuvo el temple. No hubo escándalo ni sobreactuación. Respondió como debe hacerlo quien entiende la política exterior: con diplomacia y firmeza. Mientras la derecha celebraba un desplante que nunca existió, ella conversaba con su homólogo estadounidense sobre migración, seguridad y cooperación.
AHÍ ESTÁ el verdadero problema para la oposición: Sheinbaum no juega a su juego. No cae en la trampa del show mediático. Prefiere los hechos a los fuegos artificiales. Así que mientras los de siempre se preparaban para capitalizar un supuesto desaire, se toparon con la incómoda realidad de que, en la política internacional, lo que cuenta no es el drama sino los resultados. Y el resultado fue claro: hubo diálogo, hubo acuerdo, y no hubo escándalo.