El desmantelador en jefe y el país que se va desarmando solo

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POR KUKULKAN

LA POLÍTICA en Estados Unidos dejó de ser un deporte de contacto para convertirse en 2025 en lucha libre sobre un ring mal iluminado, donde los demócratas lanzan advertencias, los republicanos lanzan culpas, y el presidente Donald Trump lanza… todo lo que tiene a la mano, incluidos a sus propios funcionarios. La disputa entre ambos partidos llegó a tal nivel que ya ni se disimula el objetivo final: no ganar debates, sino destruirlos.

Y ENTRE tanto caos generado este año que concluye, un daño colateral que ningún presidente sensato se atrevería a provocar —al menos no voluntariamente— se fue abriendo paso: el desmantelamiento del Servicio Exterior de los Estados Unidos, esa maquinaria diplomática que durante décadas fue el músculo suave pero decisivo del poder norteamericano. Hoy, gracias a la danza política de culpa, castigo y lealtad, esa maquinaria parece salida de un taller mecánico que trabaja mejor con martillos que con calibradores.

FIEL a su estilo, con la constancia de un reloj cucú, el presidente Trump ha repetido que “todo lo malo que vive Estados Unidos” es culpa de los demócratas: la inseguridad, la inmigración, el precio de la gasolina, la economía global, el clima, los eclipses y —si lo dejan seguir un minuto más— probablemente la extinción de los dinosaurios. En su narrativa, no hay matices: si algo va mal, la culpa es de los otros; si algo va peor, la culpa es de los mismos; y si algo mejora, es porque él estaba ahí para salvar a la patria de su propio destino.

SIN EMBARGO, el enemigo más persistente del país no parece ser la oposición, sino ciertas decisiones administrativas que han ido vaciando el aparato estatal desde adentro. A nombre de “reestructuraciones”, “modernización” y “eficiencia”, la Casa Blanca impulsó recortes que hicieron sonar las alarmas hasta en las embajadas más remotas. Los despidos masivos en el Departamento de Estado —los más grandes en un solo día en la historia moderna de la institución— fueron explicados como ajustes necesarios para “alinear al gobierno con las prioridades del presidente”.

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TRADUCIDO al lenguaje político estadounidense: si no me eres útil, te vuelvo prescindible. Los demócratas denuncian que se trata de una purga política disfrazada de reforma administrativa. Los republicanos, en cambio, defienden la medida como una “limpieza profunda” de un aparato “corrompido por décadas de burocracia”. En medio, miles de diplomáticos con décadas de experiencia quedaron fuera de la foto, y ahora la diplomacia estadounidense navega con más huecos que un queso suizo.

EL RESULTADO es tan evidente que ya ni requiere interpretación: donde antes había especialistas en regiones estratégicas, ahora hay escritorios vacíos; donde antes había equipos capaces de negociar alianzas, sanciones, treguas y tratados, ahora hay funciones divididas entre personal inexperto y enviados políticos cuya misión es repetir el guion presidencial, no leer el tablero global. Y mientras tanto, Trump sigue calentando la arena política estadounidense como si estuviera preparando un Super Bowl de acusaciones, señalando a los demócratas como los “desmanteladores del país”, aunque sus propios ajustes administrativos sean los que han dejado al Servicio Exterior caminando con muletas.

LA IRONÍA, por supuesto, es deliciosa para cualquiera que observe este circo desde afuera: Estados Unidos, el país que presume liderazgo global, decidió autoaplicarse una cirugía sin anestesia en su propio sistema diplomático, justo cuando el mundo atraviesa tensiones que exigen oficio, experiencia y estabilidad. Y sí, los demócratas se han dado un festín verbal con este desorden. Desde el Congreso repiten que la administración está “saboteando el poder estadounidense desde dentro”. Ante ello, los republicanos responden que “lo que estaba roto debe reconstruirse desde cero”, aunque el “cero” se parezca cada vez más a un vacío institucional que nadie sabe cómo llenar.

LA DISPUTA continuará, porque en la política estadounidense el conflicto ya no es un medio: es un modo de vida. Pero el costo de este juego pirotécnico no se mide en discursos, sino en influencia perdida, alianzas debilitadas y espacios estratégicos que otros están ocupando sin oposición. Al final, cuando la tormenta política pase —si es que pasa— Estados Unidos tendrá que enfrentar una incómoda verdad: la diplomacia estadounidense no cayó por un ataque externo, sino por una pelea doméstica tan feroz que terminó desarmando al país donde más duele: en su capacidad de entender, negociar y liderar al mundo.

@Nido_DeViboras

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