Por KUKULKÁN
EN ESTE bello país donde uno puede morir sin seguro, sin médico, sin respuestas… pero nunca sin factura, el negocio de las aseguradoras florece como la bugambilia: por todos lados y con espinas. Menos del 10% de los mexicanos tiene seguro de vida o gastos médicos, pero eso sí, las primas del sector superan los 421 mil millones de pesos al año. Nada mal para una industria que vive de prometer ayuda… y después no contestar el teléfono.
DICEN que México no tiene cultura del seguro, pero sí que tenemos cultura del susto: al pagar el hospital, al leer la letra chiquita, al ver cómo desaparece mágicamente la cobertura justo cuando más se necesita. El mercado asegurador apenas representa el 3.2% del PIB, muy por debajo del 9.3% promedio en la OCDE. ¡Pero ojo! El potencial está valorado en más de 3.8 billones de pesos. ¿Y qué hacemos con esa joya? Pues la dejamos al alcance de poco más de cien aseguradoras con sed de primas… pero no de transparencia.
DE ESAS 103 compañías, más de la mitad son extranjeras. ¡Vaya ironía! México es tierra fértil para sembrar seguros y cosechar ganancias. ¿Las más acaudaladas? Las de siempre: GNP, AXA, MetLife y Seguros Monterrey New York Life. Empresas tan confiables como una promesa de político en campaña. En 2023, entre todas ellas se embolsaron 282 mil millones por seguros de vida y otros 139 mil millones por gastos médicos. ¿Y quiénes los contratan? Apenas el 18% de los trabajadores activos. Pero eso sí, ¡con una suma asegurada promedio de 442 mil pesos! Como si la vida de un mexicano tuviera tarifa plana.
AHORA bien, pongamos los pies en la realidad: lo que crece no es la confianza, sino las quejas. En 2023 se presentaron 6,110 reclamaciones por seguros de vida y 1,252 por seguros médicos mayores, según la benemérita CONDUSEF. ¿Y quién encabeza el pódium del descontento? MetLife, por supuesto, con el 24% de las quejas. Le siguen GNP con 13%, y muy pegaditos BBVA Seguros y AXA. Ya no se trata de una mala experiencia, sino de un modelo de negocios: prometer, cobrar, negar. Las causas son las mismas de siempre, porque para qué innovar: negativa al pago de indemnización (37% de las quejas), tardanza en el pago (10%), cancelaciones fantasmas (23%) y montos que más bien parecen propinas (6%).
Y SÍ USTED cree que hay justicia divina o al menos burocrática, sepa que MetLife resolvió apenas el 35% de los casos a favor del usuario. ¿El resto? Pues que sigan esperando… o que demanden, si les alcanza. Frente a esta tragicomedia financiera, apareció la senadora Maki Esther Ortiz Domínguez, del Partido Verde, quien exigió que las aseguradoras dejen de jugar a la ruleta rusa con los contratos. Pidió mecanismos más estrictos, claridad en exclusiones, sanciones para los tramposos… en fin, pidió que las aseguradoras se comporten como si fueran empresas serias. Un gesto valiente, sin duda, aunque ya sabemos que lo que entra por un Punto de Acuerdo suele salir por una puerta giratoria.
LA SENADORA recordó algo elemental: que el derecho a la información no es un lujo, sino una obligación. Y que, cuando alguien compra un seguro, no está firmando una carta a Santa Claus. Pero, en este país donde hasta los contratos tienen cláusulas “mágicas”, el ciudadano termina desamparado… aunque eso sí, bien asegurado (en el cobro, no en la cobertura). Más de cien aseguradoras disputándose un pastel que no cubre ni al 10% de la población es, a todas luces, un modelo de negocio de alto riesgo… pero sólo para el asegurado. Porque para las compañías, el negocio sigue viento en popa. Y si algo sale mal, siempre podrán argumentar que el siniestro estaba “excluido”. Así que, queridos lectores, ya lo saben: aseguren su auto, su salud, su vida… y mejor aún, aseguren su escepticismo. Porque en México, el seguro no es garantía de nada. Excepto, claro, de que a alguien le van a cobrar. Y no siempre será al que tuvo el accidente.