- Desde el Senado de la república lanzan pronunciamiento en apoyo a la decisión de la presidenta Claudia Sheinbaum de mantener rotas las relaciones con Ecuador.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- En la Cámara de Senadores de México se vivió este lunes un episodio más de una crisis diplomática que ya raya en el absurdo. Desde la tribuna, el senador Gerardo Fernández Noroña, con su estilo característico y verbo afilado, desmenuzó uno de los capítulos más tensos de la política exterior mexicana en tiempos recientes: la fría, casi gélida, relación con el gobierno de Ecuador, encabezado por un presidente que parece más interesado en construir enemigos imaginarios que en resolver conflictos reales.
Daniel Noboa, el joven mandatario ecuatoriano, ha intentado reposicionar su tambaleante figura internacional inventando complots al estilo de novelas policiacas de bajo presupuesto. Su última joya narrativa: sicarios enviados desde México para matarlo. La fantasía, que fue difundida oficialmente por su gobierno el 17 de abril, no duró ni lo que un trending topic. La Cancillería mexicana respondió con firmeza: no sólo es una acusación sin pruebas ni fuentes, es temeraria y peligrosa. Un despropósito diplomático.
Pero este encontronazo no se dio en el vacío. Como bien recordó Fernández Noroña en su intervención, el conflicto viene de mucho más atrás. Todo comenzó con la persecución judicial contra Jorge Glas, exvicepresidente de Ecuador, quien tras años de prisión y una liberación que parecía definitiva, volvió a ser blanco de un aparato de justicia que, según diversos sectores, ha sido instrumentalizado políticamente.
Glas solicitó asilo en la embajada mexicana en diciembre de 2023. Y ahí empezó el verdadero quiebre. El gobierno ecuatoriano no sólo se negó a respetar el asilo, sino que declaró persona non grata a la embajadora mexicana Raquel Serur, y en un acto sin precedentes —violento y condenable— irrumpió en la sede diplomática mexicana el 5 de abril.
Policías de élite con ariete en mano, muros escalados, violencia física contra el personal diplomático. Las imágenes fueron contundentes. No se necesitó ningún aparato de propaganda para mostrar la gravedad del atropello.
La respuesta de México no se hizo esperar: denuncia formal ante la Corte Internacional de Justicia el 11 de abril y ruptura total de relaciones diplomáticas. Un acto de dignidad soberana que ha sido respaldado incluso por organismos que no suelen simpatizar con el actual gobierno mexicano. La OEA —sí, esa misma— condenó con 29 votos a favor y uno en contra la invasión de la embajada. La Convención de Viena no fue una sugerencia ignorada, fue pisoteada con prepotencia.
Y mientras tanto, Noboa… sigue buscando pelea en el aire. Acusa, señala, grita, pero no hay respuesta porque no hay enemigo. México no necesita inventar triunfos diplomáticos; los hechos lo respaldan. Noboa, por el contrario, se desliza peligrosamente hacia una caricatura de líder aislado, aferrado a una legitimidad erosionada —como también ha señalado la OEA respecto al proceso electoral que lo llevó al poder—.
Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha sostenido una postura firme: relaciones rotas y condena total a la violación del derecho internacional. México se ha colocado, con serenidad pero con autoridad, en el lado correcto de la historia.
La crónica de esta crisis es también una lección sobre el uso —y abuso— de las instituciones. Mientras en México el proceso legal contra Ecuador avanza con respaldo jurídico y diplomático, en Quito, el presidente Noboa continúa imaginando conspiraciones que no existen, inventando enemigos que no responden, y dejando en evidencia que su batalla es, en realidad, contra su propia sombra.
Porque en esta historia, quien queda solo en el ring no es México. Es Noboa, peleando con fantasmas.