- Valoran en senado la labor de 1,200 productores y productoras —jóvenes, adultos y personas adultas mayores—, que rescataron y fortalecieron una práctica centenaria: la extracción del látex del chicozapote mediante técnicas sustentables.
FELIPE VILLA
CIUDAD DE MÉXICO.- En un contexto global que exige modelos económicos más sostenibles, inclusivos y con identidad, la integración de las comunidades indígenas al desarrollo nacional e internacional se vuelve no sólo urgente, sino estratégica. Prueba de ello es el lanzamiento oficial de CHICZA ALL NATURAL, el primer chicle orgánico y 100 % biodegradable elaborado a partir del látex del árbol chicozapote, extraído de manera sustentable por comunidades mayas en la Selva de Quintana Roo y Campeche.
El proyecto, presentado en el Senado de la República por la senadora Anahí González, fundadora de Morena en Quintana Roo, destaca por mucho más que su innovación ecológica: representa un modelo de economía solidaria, arraigado en la tradición y capaz de generar bienestar colectivo.
“CHICZA es la prueba viva de que la prosperidad compartida y la justicia social son posibles cuando el bienestar se construye colectivamente”, afirmó la legisladora.
Con la participación activa de más de 1,200 productores y productoras —jóvenes, adultos y personas adultas mayores—, este emprendimiento rescata y fortalece una práctica centenaria: la extracción del látex del chicozapote mediante técnicas sustentables. El resultado es un producto con Indicación Geográfica Protegida y el sello “Hecho en México”, que ya se exporta a 31 países con presencia creciente en Europa y Medio Oriente.
Innovación con raíz indígena
En un país donde los pueblos originarios han sido históricamente marginados de las cadenas productivas formales, el caso de CHICZA ilustra cómo la organización comunitaria, la identidad cultural y el conocimiento ancestral pueden convertirse en activos económicos con impacto global.
Mujeres como Beatriz Collí Aké y Cecilia del Pilar Pech Perera, productoras chicleras, encarnan esta transformación. Su liderazgo dentro de las cooperativas no sólo asegura la continuidad de esta tradición maya, sino que también consolida su participación en procesos productivos sostenibles que fortalecen su autonomía y elevan su calidad de vida.
“Este proyecto demuestra que la transformación de México no es una promesa, es una realidad que se construye todos los días desde nuestras comunidades, con trabajo, identidad y dignidad”, subrayó la senadora González.

Desarrollo local con impacto internacional
CHICZA ALL NATURAL se suma a una nueva generación de productos mexicanos que, además de cumplir con estándares ecológicos y de comercio justo, fortalecen el tejido social y económico de regiones tradicionalmente excluidas del desarrollo nacional.
El modelo de economía solidaria que promueve esta iniciativa prioriza la distribución equitativa de beneficios, el respeto al medio ambiente y la soberanía productiva. Todo ello en una región —Quintana Roo— que registró un crecimiento económico del 3.6 % en 2024, impulsado por la diversificación económica, la inversión pública y proyectos sostenibles.
Un nuevo paradigma de transformación
El lanzamiento de CHICZA refleja una visión más amplia conocida como la “Revolución del Bienestar”, que impulsa el actual gobierno: un modelo de transformación basado en la equidad, la inclusión y el reconocimiento de la diversidad como fuerza económica.
A diferencia de los proyectos extractivistas que históricamente han explotado sin retribuir, esta iniciativa devuelve dignidad y poder económico a las comunidades que han sido guardianas de la selva y sus recursos, consideró la legisladora.
Y en un mundo cada vez más exigente con la trazabilidad y sostenibilidad de los productos que consume, la identidad cultural se vuelve también un factor diferenciador y competitivo.

Más allá del chicle
Lo que representa CHICZA ALL NATURAL va más allá del mercado de confitería orgánica. Es un símbolo del potencial que tienen las comunidades indígenas para integrarse activamente al desarrollo económico con propuestas sustentables, rentables y profundamente humanas.
Cuando los pueblos originarios no son vistos como beneficiarios pasivos, sino como protagonistas del cambio, es posible construir un país que transforma la tradición en innovación y la cultura en desarrollo, aseguró González.
El reto es replicar este modelo, garantizar su expansión, proteger sus principios y reconocer —sin condescendencias— que en la raíz de México está también su futuro económico.




