- Donald Trump presume de su estrategia como un triunfo.
STAFF / LUCES DEL SIGLO
CIUDAD DE MÉXICO.- La nueva ofensiva arancelaria de Donald Trump ha sacudido los cimientos del comercio internacional como un terremoto inesperado pero calculado. El mandatario estadounidense, fiel a su estilo desafiante y egocéntrico, anunció la imposición de un arancel general del 10% a todas las importaciones, y tasas diferenciadas aún más agresivas para países considerados “abusivos” según su lógica.
La reacción no se hizo esperar y se propagó como un eco de indignación en los cinco continentes. Desde Europa, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, calificó la medida como “un golpe innecesario y destructivo para la economía global”, mientras que el canciller alemán Olaf Scholz tachó los aranceles de “injustificables y peligrosos”.
En Italia, la primera ministra Giorgia Meloni, quien alguna vez mostró simpatía por el estilo político de Trump, ahora reconoce que “este tipo de medidas solo dañan la confianza entre naciones aliadas”. En tanto, el Reino Unido, bajo el liderazgo del primer ministro Keir Starmer, se ha mostrado prudente pero determinado a negociar una salida bilateral que elimine las tarifas.
En Asia, la respuesta fue aún más firme. China no tardó en acusar a Trump de violar las normas del comercio internacional, prometiendo contramedidas inmediatas para proteger sus intereses. Japón, afectado con un arancel del 24%, expresó su “profunda decepción” y dejó claro que la decisión pone en riesgo años de relaciones comerciales estables.
Desde Oceanía, el primer ministro australiano Anthony Albanese afirmó con claridad: “El pueblo estadounidense será quien pague primero las consecuencias de estos aranceles”.
En América Latina, la tensión también subió de tono. Brasil ya aprobó una ley que permite represalias comerciales, mientras que México y Argentina han convocado a sus cuerpos diplomáticos para revisar tratados y defender sus economías.
Frente a este panorama de preocupación global, Trump no sólo se mantiene firme, sino que presume de su estrategia como un triunfo. En su más reciente aparición, celebró que más de 50 países “ya están tocando la puerta” para negociar, y aseguró que todo dependerá de lo que cada uno pueda “aportar a la grandeza de Estados Unidos”.
Para el presidente republicano, el comercio es un juego de poder, y en su tablero, solo hay una ficha que importa: la estadounidense. En su visión del mundo, las naciones no son socias comerciales, sino deudores que deben pedir perdón por haber “abusado” de la generosidad americana.
Mientras tanto, el mundo intenta contener el daño. La Organización Mundial del Comercio guarda silencio, los mercados tiemblan, y la diplomacia busca un punto de equilibrio en un terreno minado por el unilateralismo. La pregunta no es si habrá represalias, sino quién resistirá más tiempo sin ceder ante el chantaje comercial. Trump no ha cambiado. Solo ha subido el volumen. Y esta vez, el mensaje es claro: o se alinean… o pagan.