Falla logística de vacunación contra Covid en el mundo

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Falla logística de vacunación contra Covid en el mundo
  • La pregunta obligada de los próximos meses será ¿ya te vacunaste?, seguida de los cómo y dónde
FERNANDO MARTÍ / CRONISTA DE LA CIUDAD

CANCÚN, Q. ROO.- CUARENTEMAS / Tengo un colega cronista que despacha como tal en una ciudad fronteriza (Matamoros), pero en realidad vive del otro lado de la línea (Brownsville, Texas). Como muchos compatriotas en similar condición, aunque todos los días viene a este país a trabajar, está pagando una hipoteca americana por una casa americana, usa un celular americano y tiene una tarjeta Medicare que lo certifica como beneficiario del seguro médico que extiende el gobierno de los Estados Unidos a los ciudadanos que tienen más de 65 años.

La semana pasada, tras algunas semanas de gestiones virtuales —lo cual implicó hacer solicitudes en dos docenas de páginas web— mi amigo logró conseguir una cita para vacunar contra el Covid-19 a su suegra americana, cuyos 84 años de edad la ubican en el segundo grupo de riesgo (detrás de los trabajadores de la salud). Eso sí, tuvieron que viajar por carretera hasta el South Medical Center de San Antonio, una tirada de 250 millas. Pero el viaje valió la pena porque los encargados del hospital, ya estando ahí y sin ningún trámite, lo vacunaron también a él (65 años) y a su mujer (49 años), que de acuerdo a su nivel de riesgo debían esperar varias semanas o meses por su dosis.

Ese inesperado desenlace fue posible porque el hospital texano tenía más vacunas que solicitudes, o más vacunas descongeladas que pacientes, o algunos pacientes confirmados no acudieron a la cita. El cronista binacional no entró en averiguaciones, muy gustoso recibió su piquete y regresará en tres semanas por el refuerzo, pero el incidente refleja el descontrol que ha caracterizado las primeras semanas de vacunación a nivel global.

En los Estados Unidos, donde el presidente Trump y el doctor Fauci prometieron inocular 20 millones de personas en diciembre, tan solo se habían registrado 4 millones de pinchazos el último día del año. El ritmo no ha mejorado en enero: entre el día 1 y el 9 se vacunaron dos millones más, pero los planes oficiales preveían poner un millón de inyecciones diarias.

El mismo paso, lento y titubeante, se ha registrado en casi todas partes del mundo. Con la notabilísima excepción de Israel, un estado cuasi militar que ya logró inmunizar al 20 por ciento de sus habitantes, y los Emiratos Árabes Unidos —encabezados por Dubái— que se acerca al 10 por ciento, los países más avanzados apenas rozan el dos por ciento (Estados Unidos, Inglaterra, Dinamarca), pero en muchos casos están por abajo del uno por ciento (Italia, 0.83: Canadá, 0.73; España, 0.59; Alemania, 0.57; Francia, 0.12).

Si ese ritmo hipnótico tiene lugar en el mundo organizado, no es de extrañar que algo similar esté sucediendo en el caos nacional. Cierto, la culpa empieza con las farmacéuticas, sobre todo Pfizer, que claramente han incumplido las fechas de entrega. Al 9 de enero solo habían embarcado a México 111 mil dosis, haciendo imposible el pronóstico oficial de vacunar un millón de compatriotas en enero.

De acuerdo a Relaciones Exteriores, antes de que termine el mes recibiremos tres envíos adicionales, cada una de 436 mil vacunas, pero los planes iniciales ya están desfasados. A la fecha, el número de vacunados en México es de cinco al millar.

Igual que en todas partes, hay que atribuir esos tropiezos a la inexperiencia. México tiene bastante solvencia en campañas de vacunación masivas, y una cobertura casi universal (más del 95 por ciento) en población infantil, tanto en tuberculosis como en la famosa triple (paperas, sarampión, rubeola), y números muy aceptables en rotavirus, neumococo y hepatitis. Pero manejar un fármaco que requiere una cadena de ultra frío es distinto y, si ha existido confusión y retrasos a la hora de inocular al personal médico, es lógico prever que el desorden se multiplique cuando inicie el turno de la población abierta.

En los meses por venir, “¿ya te vacunaste?” se va a convertir en la pregunta obligada. En caso de respuesta afirmativa, habrá que inquirir sobre los dónde y cómo, pues si bien el gobierno ha anunciado quiénes tienen preferencia (primero el personal médico, luego los mayores de 80, luego de 70, luego de 60, etcétera), nada han dicho sobre el trámite, o sea, si hay que hacer cita o hay que hacer cola. Lo más probable es lo segundo, acude a tu centro de salud con tu credencial para votar, dirán los mensajes de la radio, pero no debemos olvidar que este es el país de las influencias y las mordidas, y ni siquiera Andrés Manuel va a lograr controlar que haya tráfico de vacunas, y que los primeros que la obtengan serán los que tienen con qué.

Por último, hay un factor adicional que sin duda va a enturbiar este proyecto universal de inmunidad adquirida: los que no se la quieren poner. Desde que empezó la pandemia, casas encuestadoras de los Estados Unidos han venido tomando el pulso de la opinión pública para saber la cantidad de gente que de plano rechaza la vacuna.

Los números totales son patéticos (un 36% dice ABC-Ipsos, un 42% dice Gallup, un 49% dice CNN, un 51% dice la televisora pública PBS), y lo interesante del caso es que los incrédulos no están disminuyendo, sino aumentando, es decir, en todos los muestreos eran más los partidarios del piquete en junio que en enero.

Tal vez esa multitud se está haciendo eco de las certezas de la actriz Paty Navidad, quien en una reciente entrevista declaró que el coronavirus no existe, pero la gente seguirá muriendo porque lo que sí existe es una conspiración a nivel mundial, en la cual participan todos los gobiernos del mundo, cuyo objetivo final es reducir la población, eliminando para siempre a quienes se enfermen de gripe estacional. De acuerdo con esta bella representante de la especie humana, si caes en cualquier sistema de salud con algún síntoma de enfermedad respiratoria, la instrucción universal es darte cran.

Eso demuestra dos cosas: primero, que en la era de las redes sociales cualquier disparate es posible y creíble, y segundo, que Paty tiene todos los atributos femeninos, generosamente distribuidos en el lugar que les corresponde, menos en el interior del cráneo, que con toda seguridad se encuentra vacío.

Historias del bicho

El augurio se cumplió: Cancún fue el primer sitio del país que se recuperó como destino turístico. Entre el 8 de junio y el 6 de enero recibió cerca de 3 millones de turistas (970 mil en diciembre), cerrando el año con una robusta ocupación hotelera, muy superior al pronóstico de 60 por ciento (quizás rebasó el 70), a lo que hay que sumar las rentas vacacionales y las estancias en condominios. El aeropuerto terminó el ciclo con 350 operaciones diarias en promedio, con la mayoría de los aviones saturados, es decir, también un 70 por ciento de su registro habitual en temporada decembrina, que anda por las 500 operaciones.

Una serie de factores se encadenaron para provocar tan feliz resultado. Del lado de la buena suerte, digamos, operaron dos circunstancias que al final resultaron cruciales.

Primero, las aerolíneas americanas nunca dejaron de volar. En abril, las cuatro grandes —Delta, American, United y Southwest— llegaron a un acuerdo con el gobierno de Donald Trump, que las obligaba a mantener los empleos (y los vuelos) a cambio de un subsidio alucinante: 25 mil millones de dólares. Durante meses los aviones volaron vacíos, pero cuando se inició la reactivación no hubo que convencerlos de que regresaran porque nunca se habían ido.

Otro maná que nos cayó del cielo fue que los americanos no tenían a dónde ir. Canadá les cerró las puertas (obligando a los turistas a observar una cuarentena de 14 días, a su costo) y los países europeos fueron más estrictos aún, cancelando hasta nuevo aviso los vuelos procedentes de Estados Unidos. Así que de pronto uno de los países que más turistas emite no tenía dónde mandarlos, pero hete aquí que enfrente se encontraba México, con muy pocas restricciones sanitarias (por no decir ninguna), con protocolos aceptables (como el tapabocas), con vuelos regulares y con tarifas de remate.

Eso provocó que en 2020 México fuera el tercer país más visitado del mundo, según la Organización Mundial de Turismo, sólo detrás de Italia y Francia, donde se concentraron los paseantes europeos. Es una posición de coyuntura, que no se va a sostener pasando la crisis, pero sí habla de los buenos reflejos que mostraron la industria y sus aliados para sortear la crisis.

Porque no todo fue buena suerte. En el caso de Quintana Roo, una serie de medidas tan oportunas como eficaces contribuyeron a mantener el turismo a flote. Un breve recuento:

• Muy rápido, contra la opinión del gobierno federal (que no solo no ayuda, sino que estorba bastante), el gobernador Carlos Joaquín declaró el turismo actividad esencial y adoptó un semáforo propio, respaldado por la contratación de un grupo de expertos que durante meses han trabajado en una especie de cuarto de guerra, midiendo todas las variables de la pandemia y traduciéndolas en índices de riesgo. El trabajo ha sido puntilloso y preciso, y el semáforo local ha logrado mantener los contagios en un nivel aceptable, sin cerrar la economía.

• La secretaría de Turismo estatal, también muy rápido, elaboró una serie de protocolos con muy buen respaldo técnico (más de 250 criterios), para casi todas las ramificaciones de la industria: hoteles, restaurantes, marinas, campos de golf, parques temáticos y un largo etcétera, pues eran trece las variantes incluidas. Esos manuales estaban tan bien hechos que se volvieron ejemplo a nivel nacional, y a escala internacional, con mínimos retoques, fueron adoptados por la World Travel & Tourism Council (WTTC), el organismo global que reúne a las 200 empresas más potentes del sector. Esa relación de privilegio, hay que decirlo, provocó un ataque de celos en la Secretaría de Turismo nacional, que se apresuró a sacar sus propios protocolos, tan pobres y tan mal hechos que solo sirvieron para resaltar lo cuidadoso del esfuerzo de Quintana Roo.

• Igual de rápido, el Consejo de Promoción Turística hizo un acuerdo con las aerolíneas nacionales (Aeroméxico, Volaris, Viva Aerobús y Magnicharters), a quienes les regaló, literalmente, la mitad de la pauta que tiene contratada con medios nacionales. El acuerdo funcionaba así: en la mitad superior (o en la mitad del tiempo, en medios electrónicos) el CPTQ promocionaba el destino, y en la mitad inferior, de a gratis, la aerolínea ofertaba su vuelo. Una estrategia muy astuta porque, para aprovechar el regalo, las aerolíneas tenían que volar. Así se reactivaron los vuelos en junio, y el número de operaciones sigue al alza, habiendo alcanzado unas 520 por semana en diciembre. Hay que apuntar que la estrategia también incluyó a Cozumel y a Chetumal, y que ésta última, por primera vez en su historia, está conectada por tres aerolíneas al resto del país.

• La industria reaccionó bien. Los cálculos iniciales sobre las empresas que debían adoptar los protocolos, que se estimaban en 2 mil 500, se vieron desbordados por más de ¡7 mil solicitudes! Hubo que crear una categoría adicional porque giros que en sentido estricto no pertenecen al sector turismo, como empresas de seguridad o proveedores de alimentos, buscaron su certificación. De manera un tanto espontánea, toda la cadena de valor que gira alrededor de los visitantes adoptó los protocolos.

En conjunto, esas acciones permitieron la recuperación en tiempo récord, porque hablar de un 70 por ciento de ocupación, cuando el promedio es 82, es casi hablar de normalidad. La gran incógnita, por supuesto, es si tal cifra se podrá mantener o incrementar en el 2021, habida cuenta de que la pandemia está peor que nunca, y más que peor en el único país que nos está enviando turistas, que son los Estados Unidos.

En las últimas semanas, en tono alarmante, las agencias de salud han reportado un aumento descomunal en el número de casos (con más de 300 mil en un solo día, enero 8), siendo los más afectados la Costa Este, Texas y California, esto es, las regiones que nos envían más visitantes. No se puede decir que ese repunte haya pasado desapercibido, pero las travesuras postreras de míster Trump lo desplazaron del foco de atención, y así lo mantendrán hasta el cambio de gobierno, en cualquiera de los tres escenarios posibles: que termine, que renuncie o que lo echen.

A partir de ese momento la amenaza se llamará Joe Biden y se centra en el supuesto, nada descabellado y bastante creíble, de que para contener al bicho el nuevo presidente pondrá en vigor una serie de medidas para desalentar los viajes, que podrían incluir desde advertencias hasta prohibiciones. Canadá, en donde la plaga está descontrolada, acaba de establecer como requisito para ingresar a su territorio la prueba PCR (muestra de nariz y garganta), aparte de que mantiene la cuarentena de 14 días, incluso para los canadienses que salgan al extranjero (con lo cual es previsible que casi ninguno venga este invierno). Y Europa está haciendo exactamente lo mismo, elevando las barreras de entrada.   

Hay que confiar en la capacidad de respuesta y adaptación que tiene este destino, pero también hay que estar preparados para lo peor. De momento, tras el gran desempeño de Cancún para reactivar el turismo en el año de la pandemia, lo que ahora procede es cruzar los dedos, encomendarnos a la Santísima Virgen de Guadalupe y prenderle una veladora a míster Trump, para que a base de berrinches y rabietas mantenga distraído a míster Biden.

Recuento de daños

Hablando de ese magnífico histrión llamado Donald Trump, no quiero despedirlo sin hacer mención de sus últimos días, y muy especialmente del silencio forzoso (y tal vez injusto) al que lo han sometido dos gigantes con quien es poco prudente pelearse: Facebook y Twitter.

Empezaré este comentario diciendo que no hay libertad que no tenga límites, y desde luego, que el derecho propio termina donde empieza el ajeno. La libertad de expresión no puede usarse para amenazar, para insultar, para calumniar y para difamar, que es lo que Trump hizo los últimos cuatro años (me viene a la memoria otro personaje que se las gasta igual, pero a quién de momento prefiero no mencionar).

Para evitar esos excesos, las leyes tienen qué decir qué se puede y qué no, aunque hay que reconocer que la línea divisoria siempre será arbitraria y confusa. Para citar un ejemplo que no viene al caso, pongamos el caso de la pornografía. En principio, todos estamos de acuerdo en que los medios deben evitar su difusión, pero el problema radica en definir lo que se considera pornográfico. Para un musulmán fundamentalista o para un judío ortodoxo la escena de un beso apasionado, o la reproducción explícita de un coito, pueden resultar perturbadoras y pecaminosas, pero ese mismo material, visto con los ojos de un millenial, a la mejor resulta hasta aburrido. Además, las sociedades cambian: las mentadas de madre y las leperadas que hoy escuchamos en televisión, tan quitados de la pena, eran inaceptables hace un par de décadas.

Entonces, el problema de definir qué sí y qué no recae en las leyes, y el problema de interpretarlo recae en los jueces, que deben imponer penas a los infractores. Pero el caso es que a míster Trump no lo sancionó ningún juzgador, ni lo encontró culpable ningún jurado, sino que ha sido castigado por dos compañías privadas, que en forma explícita dicen que la sanción es consecuencia de violar sus reglas, las Facebook rules y las Twitter rules.

Eso da pie para un debate. Entiendo muy bien que el dueño de un periódico (o de una televisora) decida lo que se publica y se transmite, en privilegio de sus propios intereses. Me cuesta más aceptar que el proveedor de un servicio, como una línea telefónica o una página de Facebook, decida por su cuenta lo que puedo decir y lo que no (no me imagino a Telmex cancelando mi línea porque soy un mentador sistemático de madres). ¿Podría Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook, determinar por su cuenta que los musulmanes son una secta violenta y proscribir a los creyentes de esa fe? ¿Podría Jack Dorsey, el presidente de Twitter, traer sus propios prejuicios y sus manías sexuales al reglamento y sancionar así a sus usuarios? ¿Tienen el derecho?

Creo que la pregunta es pertinente, porque Zuckerberg y Dorsey no sancionaron a un simple usuario, sino al hombre más poderoso del planeta: el presidente de los Estados Unidos. No digo que no lo mereciera, yo le daría una tunda en las nalgas pelonas con la regla del profesor, lo que pregunto es si tienen el derecho a hacerlo. Esto es, si dos empresarios privados pueden decidir quién habla y quién no, porque pueden bajar el switch.

Las cosas nunca son sencillas y menos en este caso: sí tienen el derecho, pero no lo tienen por derecho propio, sino porque se los regalaron, porque el Congreso de los Estados Unidos los hizo comparecer y los obligó a adoptar reglas para evitar la pornografía, el lenguaje violento y los mensajes de odio. Ellos no querían, o al menos así lo declararon. Y su alegato fue muy simple: lo que no querían era gastar millones y millones de dólares diseñando programas de computadora, definiendo las palabras que usan los pornógrafos y los violentos, pagando a los analistas para que establezcan patrones, sacando del ciberespacio a los adolescentes que se exceden con el lenguaje. Ellos están ahí para hacer negocio, no querían ser jueces sociales ni inquisidores, pero el Congreso les endosó esa responsabilidad, sin pensar, ni por asomo, que un día se la iban a aplicar al presidente de los Estado Unidos.

Vaya lío en que estamos metidos con esto de las redes sociales.

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