Por KUKULKÁN
DE FORMA equivocada Estados Unidos pensó que iba a doblar a China con aranceles. Creyó que podía reducir a un imperio milenario a fuerza de sanciones, amenazas y discursos de campaña. Pero en lugar de achicarse, como quizás soñaba Donald Trump mientras se acomodaba el copete en el espejo, Xi Jinping tomó aire, sonrió con diplomacia asiática… y abrió más tiendas en cada rincón del planeta. Porque si Estados Unidos juega al ajedrez geopolítico con fichas de guerra comercial, China responde con lo suyo: productos baratos, bien embalados y silenciosamente eficaces.
LA GUERRA es otra, y el campo de batalla tiene forma de bazar. Mientras en Washington se redactan discursos sobre “proteger la industria nacional”, en Guadalajara abren una nueva sucursal de “Casa Serena” cada semana. Mientras se firmaban acuerdos de endurecimiento comercial, en Monterrey abrían otra “MiniGood”, donde puedes comprar desde una bocina Bluetooth hasta un patín eléctrico por la mitad del precio del mercado.
LA LÓGICA es implacable: mientras más bloquean a China en el discurso, más espacio gana en los estantes de las ciudades. En la Zona Metropolitana de Guadalajara, por ejemplo, hace unos meses había 11 tiendas chinas de seis marcas. Hoy hay 20, de trece marcas distintas. En Monterrey ya suman 25 sucursales de 14 marcas. Y en el Centro Histórico de la Ciudad de México no se puede caminar dos cuadras sin cruzarse con una tienda de artículos chinos, muchas de ellas flotando en esa nebulosa entre lo legal y lo “se me olvidó registrar”.
¿EL MÉTODO? Precios bajos, autoservicio, y mercancía para todos los gustos y bolsillos. Un modelo de eficiencia silenciosa que no necesita marketing, influencers ni patriotismo: sólo necesita que la licuadora esté más barata que en la tienda de la esquina. ¿El resultado? Una invasión pacífica, tan efectiva como cualquier maniobra de flota naval.
PERO no es sólo México. En Santiago de Chile, el barrio Meiggs ya parece una embajada comercial de Shanghái. En África, China no sólo manda productos, manda ingenieros, financia infraestructura y abre mercados como si fueran latas. En Europa, las industrias locales tiemblan ante la competitividad china, que no conoce siesta ni sindicatos combativos.
EN MÉXICO el gobierno trata de quedar bien con todos. Endurece el comercio con China para no incomodar a Estados Unidos, pero tampoco puede frenar la oleada de tiendas que ya están cambiando la fisonomía del comercio urbano. En Guadalajara, la mítica juguetería “La Colonial” ahora comparte local con una sucursal de “I Hogar”. En Plaza México, el local que fue de Suburbia ahora vende pijamas Shein junto a termos fluorescentes. La paradoja es tan mexicana como el mole en bolsa: queremos proteger lo nacional, pero compramos donde está más barato. Y China, que entendió antes que nadie cómo funciona la mente del consumidor global, no necesita lanzar un misil para ganar terreno. Le basta con surtir bien sus anaqueles.
ANTE el regreso de Donald Trump imponiendo castigos comerciales a medio mundo, Xi Jinping ya colocó su bandera… en forma de etiqueta de “Made in China” en la taza que tenemos en la cocina, en el cable USB del coche y en ese destornillador que compramos por 40 pesos sin darnos cuenta de que es parte de una guerra comercial que China parece estar ganando. Mientras eso ocurre, el resto del mundo —México incluido— ve cómo sus calles se llenan de letreros con caracteres chinos, de productos sin marca, pero con precio irresistible. Una colonización sin pólvora, sin barcos, sin discursos. Sólo precios bajos, almacenes bien surtidos y un imperio que, sin ruido, avanza casilla por casilla, mientras el resto apenas entiende que esto ya no es un juego.