Por KUKULKÁN
EN LA ETERNA tragicomedia de las relaciones internacionales, América Latina parece vivir una vez más un déjà vu diplomático: un nuevo pretendiente le promete amor eterno y desarrollo, mientras el viejo amante la maltrata con amenazas y desaires. Así se vive el contraste entre China y Estados Unidos, como dos galanes que pelean por el corazón —y los recursos— de esta sufrida región.
DONALD Trump, el eterno protagonista de los modales bruscos y las políticas de garrote, dejó una herencia de desprecio, amenazas y muros simbólicos —y reales— hacia el sur del continente. La izquierda del Cono Sur no lo olvida. Ni perdona. Y ahora, no sólo levanta la ceja, sino que empieza a mover las maletas diplomáticas hacia el otro lado del mundo, donde un tal Xi Jinping los recibe con la alfombra roja, té de jazmín, y miles de millones de dólares.
MIENTRAS Estados Unidos sigue viendo a Latinoamérica como el “patio trasero” —y con más maleza que importancia estratégica—, China organiza recepciones de gala para la CELAC, reparte exenciones de visa como quien lanza confeti en Año Nuevo, y promete infraestructuras, empleo y becas. El contraste no puede ser más evidente. Unos ofrecen desarrollo, otras sanciones. Unos tienden puentes, los otros cierran puertas.
BRASIL, Chile, Colombia y compañía —México ausente, por cierto, porque al parecer estamos más ocupados en quedar bien con todos y mal con todos al mismo tiempo—, se congregaron en Pekín para escuchar al emperador moderno del dragón asiático. Lula da Silva habló de “distorsiones comerciales”, Petro pidió “liberarse del autoritarismo”, y Boric, con esa mezcla de idealismo y realismo chileno, quiso dejar claro que aquí no se trata de cambiar de dueño, sino de dejar de tenerlo.
CHINA, por su parte, ha dejado clara su estrategia: conquistar con billetes, no con balas. Nueve mil doscientos millones de dólares en créditos, más de 200 proyectos de infraestructura, un millón de empleos, miles de becas, y tratados de libre comercio firmados con media docena de países. Mientras tanto, del otro lado del Pacífico, la Casa Blanca sigue revisando quién se portó bien o mal para decidir a quién le aprieta el grifo de la ayuda.
Y COMO si fuera poco, Xi Jinping repite como mantra que “Latinoamérica no es el patio trasero de nadie”. Frase que a los oídos de cualquier presidente latinoamericano suena como música celestial. En cambio, los funcionarios estadounidenses siguen sin actualizar su playlist diplomática, anclada en el bolero de la Guerra Fría. Lo que vivimos es el ocaso de una hegemonía cansada, arrogante y distraída, frente al ascenso de una nueva potencia que, al menos por ahora, sabe hablar el lenguaje que América Latina quiere escuchar: respeto, cooperación, y mucha, mucha inversión.
AHORA bien, que nadie se engañe: ningún dragón regala fuego sin querer algo a cambio. China no es una ONG, ni Xi Jinping un santo del desarrollo. Pero al menos, el trato es de adulto a adulto, no de capataz a peón. Y en la política internacional, las formas —y los fondos— importan. Así que mientras el águila sigue cazando conflictos en otras regiones y mira a Latinoamérica con fastidio, el dragón la corteja con sonrisas y cheques. Y en esta telenovela geopolítica, América Latina parece lista para cambiar de galán. Al final, puede que no ganemos una revolución, pero al menos nos están invitando a la fiesta… y esta vez no es para servir las copas.