Roberto Becerra
La calma antes de la tormenta nunca fue tan inquietante: Donald Trump, con una sonrisa de tahúr, suelta una bomba que hace temblar los cimientos del comercio global. “Alivio” de aranceles, dice, como si fuera un regalo envenenado. “Podríamos ser incluso más amables”, promete, mientras el mundo contiene el aliento. ¿Es un giro maestro o una cortina de humo? Esto es más que una conferencia de prensa donde el magnate convertido en presidente mueve los hilos con precisión quirúrgica. El 2 de abril acecha, y la intriga se corta con navaja.
Retrocedamos. Hace semanas, Trump blandía aranceles recíprocos como un martillo: dólar por dólar, ojo por ojo. “No habrá exenciones”, rugió entonces. Pero el viernes, en el Despacho Oval, la palabra “flexibilidad” se coló en su léxico, tan vaga como una sombra en la niebla. Ahora, este lunes, tras una reunión con su gabinete, suelta que “muchos países” podrían librarse del yugo arancelario. ¿Cuáles? Silencio. ¿Condiciones? Misterio. Entre tanto, Hyundai desembolsa 21 mil millones de dólares en EE. UU., con una planta siderúrgica de 5,800 millones en Louisiana. “La primera de su tipo aquí”, cacarea Trump, como si fuera un trofeo personal. ¿Coincidencia? En política, esas no existen.
Los datos pintan el tablero. En 2024, el comercio global ya tambalea: el Banco Mundial estima que los aranceles actuales han reducido el crecimiento del PIB mundial en un 0.8%. Si Trump afloja la soga, podría inyectar un respiro a economías asfixiadas; si aprieta, el colapso acecha. Bloomberg y The Wall Street Journal, citando fuentes del Ejecutivo, aseguran que los gravámenes del “Día de la liberación” serán un bisturí, no una motosierra: sectores como motores (12% de las exportaciones afectadas en 2023) o farmacéuticos (8% del comercio con EE. UU.) están en la mira. Pero el 2 de abril no lo traerá todo. “Podría pasar, o no”, farfulla un funcionario a la AFP. Nerviosismo en Wall Street: el Dow Jones titubea, y las empresas rezan.
México y Canadá, bajo la lupa tras un mes de tregua por fentanilo e inmigración, aún no saben si esquivarán la guillotina. “La situación es inestable”, admite la Casa Blanca.
Inestable como dinamita en manos de un niño. Y Trump, con su retórica de vaquero, sigue soplando el humo del revólver. “Seremos amables”, dice, pero el eco suena a ultimátum.
Esto no termina aquí, aún hay más: cada palabra es una pieza de un rompecabezas que nadie ha armado.
El análisis corta como vidrio: Trump no regala nada sin un precio. Hyundai invierte, sí, pero el 65% de su acero viene de fuera. ¿Exención a Corea del Sur a cambio de empleos? “Es un trueque clásico”, me susurra un ex asesor de Comercio, anónimo por miedo a represalias. Los números no mienten: en 2023, EE. UU. recaudó 88 mil millones en aranceles. ¿Cuánto está dispuesto a ceder? La respuesta baila en el aire, y el reloj no se detiene.
Trump no juega al altruismo, sino al póker con el mundo de rehén. El 2 de abril será un espectáculo de fuego y furia, o un bluff magistral.
Y la moraleja, grabada en piedra: en este juego de tronos comerciales, la amabilidad es sólo una máscara para el próximo golpe.