- Entre surcos de esperanza y el olor a tierra húmeda, la presidenta Claudia Sheinbaum dio el banderazo a “Cosechando Soberanía”, un programa integral que busca recuperar el control sobre lo que comemos, sobre lo que somos.
FELIPE VILLA
ZINAPÉCUARO, MICH.- En las entrañas de Zinapécuaro, Michoacán, tierra de maíz y de mujeres como Elvia Nonato Reyes, que le habla a su parcela como a una hermana, se encendió una chispa que podría convertirse en un muro —no de concreto como los que soñaba Trump, sino uno más poderoso: la soberanía alimentaria.
Ahí, entre surcos de esperanza y el olor a tierra húmeda, la presidenta Claudia Sheinbaum dio el banderazo a “Cosechando Soberanía”, un programa integral que busca recuperar el control sobre lo que comemos, sobre lo que somos. Porque en México no se habla de autosuficiencia como una moda política, sino como una necesidad de sobrevivencia. Hoy más que nunca.
Los números no mienten. Cada mexicano consume, en promedio, 331.9 kilos de maíz al año, y unos 9 kilos de frijol. Pero la balanza comercial es brutalmente desigual: en 2023, México produjo 28.5 millones de toneladas de maíz, pero importó 19.5 millones. En el caso del frijol, la situación fue aún más dramática: una caída del 25% en la producción nacional y un aumento del 272% en las importaciones, dejando la soberanía alimentaria a merced del clima… y del exterior.
Y ahí entra Trump. Con su regreso al escenario político y su viejo anhelo de aplicar aranceles globales del 10%, México se enfrenta a una amenaza que va más allá de los tratados. Una amenaza que no se combate con discursos en foros internacionales, sino con acciones en el campo.
Cosechando Soberanía es una de ellas. Ofrece créditos accesibles con tasas máximas del 8.5%, seguros ante sequías o inundaciones, asesorías técnicas y lo más importante: garantía de compra a precio justo. Porque de poco sirve sembrar si el mercado paga miserias.
El plan es ambicioso: elevar la producción de maíz blanco de 21.3 a 25 millones de toneladas en 2025 y de frijol de 730 mil a 1.2 millones de toneladas. No como cifras de campaña, sino como escudo económico.
La presidenta fue clara: “Queremos que en México se produzca lo que consumimos los mexicanos, esa es la mejor defensa ante cualquier arancel”. Y tiene razón. Mientras la economía global se cierra con medidas proteccionistas, México debe abrir los surcos, no los tratados.
El programa no está solo. Se suma a Producción para el Bienestar, Fertilizantes del Bienestar, Precios de Garantía, Sembrando Vida y las Escuelas de Campo, que ahora pasarán de 153 a 300 solo en Michoacán. Un modelo agroecológico que no sólo busca rendimiento, sino salud del suelo y de quienes lo trabajan.
Historias como la de Elvia Nonato, productora de maíz y derechohabiente del Programa Nacional de Autosuficiencia y Soberanía Alimentaria, lo confirman. Con los apoyos anteriores duplicó su producción de una a dos toneladas por hectárea. Ahora, con Cosechando Soberanía, espera llegar a tres. Y no lo dice como una ilusión, lo dice con los brazos curtidos de quien sabe que la tierra responde… si se le respeta.
El reto no es menor. Romper la dependencia alimentaria es nadar contracorriente. Pero esta vez, parece que el gobierno ha decidido remar del lado del campo. Y si eso sucede, Trump podrá poner todos los aranceles que quiera. Aquí, en los surcos del Bajío y las laderas de Oaxaca, se empezará a cocinar la respuesta: tortillas, frijoles… y soberanía.