Por KUKULKÁN
DONALD Trump, ese maestro de ceremonias del caos, ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: incendiar la diplomacia global con gasolina y luego preguntar por qué todos están tosiendo. Lo que no logró el G7, ni las pandemias, ni las cumbres de paz, lo ha conseguido él con un simple decreto de aranceles: unir al mundo… pero en su contra. Europa, Asia, América y hasta la OEA —cuando no está de vacaciones— están alineados como nunca antes.
PERO no por amor al libre comercio o por un repentino espíritu multilateral. No. El culpable de esta insólita fraternidad planetaria es el mismísimo Trump, quien ha decidido que el mejor camino hacia la reelección es agarrarse a trancazos con todos los socios comerciales de Estados Unidos. Al parecer, su brújula moral sólo apunta hacia el proteccionismo histérico.
MIENTRAS los mercados financieros tiemblan como gelatina en sobremesa de domingo, los líderes del mundo están reaccionando con una mezcla de diplomacia y fastidio. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, básicamente se puso los guantes y advirtió que, si Washington no cede, Europa tiene un “sólido plan” para devolver el golpe. Lo dijo con acento continental y una sonrisa gélida: ni siquiera querían pelear, pero ya que están ahí, van a lanzar la vajilla completa.
EN ASIA, que rara vez logra poner de acuerdo a vecinos con historia de conflictos, resulta que China, Japón y Corea del Sur decidieron unir fuerzas. ¿Qué tan grave debe estar la cosa para que estos tres se abracen? Es como si Batman, el Joker y Lex Luthor decidieran formar un comité de vecinos para detener al verdadero villano: el arancel loco del norte.
EN PUNTO cardinal opuesto, en la América del Norte dividida, Canadá ya no quiere ni prestarse el azúcar. El primer ministro Mark Carney declaró que la era de cooperación con EE.UU. terminó. Palabras mayores cuando uno recuerda que hasta comparten hockey y sirope de maple. Carney no sólo anunció aranceles de represalia, sino que los quiere con “máximo impacto”. O sea, que le duela, a Donald, y que lo recuerde en cada desayuno con waffles.
¿Y MÉXICO? Bueno, en este espectáculo de fuegos artificiales, la presidenta Claudia Sheinbaum se mantiene en modo zen con una taza de té y un teléfono en la mano. “Seguimos negociando”, dice mientras su equipo hace maratones de llamadas, reuniones bilaterales y rezos a todos los santos del T-MEC. El canciller De la Fuente ya habló con medio gabinete gringo, mientras Ebrard le arranca migajas de sensatez al secretario de Comercio, Howard Lutnick.
EL SUBTEXTO es claro: México está listo para resistir la tormenta naranja. Que si los autos chinos, que si la producción local, que si la autosuficiencia. Todo suena muy firme… aunque también a Plan B, por si Mr. America First decide que su show electoral se alimenta mejor del drama económico internacional que de cualquier política seria. La cereza del pastel la pone la retórica trumpiana, que mezcla amenazas con patriotismo barato, como si cobrarle impuestos al mundo fuera una expresión de libertad.
SE TRATA del mismo guion de siempre, sólo que ahora con más países en la lista negra. Pero cuidado: cuando logras que hasta tus adversarios históricos se alineen contra ti, quizá es momento de preguntarte si eres el protagonista… o el villano. Así que celebremos este extraño milagro: por primera vez en décadas, el planeta entero está de acuerdo. Y el nombre que une a todos no es Gandhi, ni Mandela, ni siquiera Taylor Swift. Es Donald J. Trump, el gran unificador… del desprecio global.